De ti lo pretendo todo, y todavía más. Hoy, por cierto, no pretendía nada de nadie, el Sol había dorado la tierra igual que cualquier otro día, vi crecer la pobreza de la ciudad lo mismo que el verdín del patio. Y dije: "heme aquí sin pretender nada de nadie". Malgasté todo el tiempo que pude y luego me sentí feliz porque las cosas me han salido infinitamente bien, Dios escucha todo lo que yo no le pido y da, casi le tengo fe. Pero ahora, como te decía, las cosas son distintas, querido Cisne Emplumado, y vengo hasta ti como el salmón a su último remanso de muerte.