El sexo es importante para mí, aunque no tanto. Ahora, si vamos a lo que mi novia cree, ella dirá que lo más importante para mí es el sexo. Y ahí me tienes, como un submarino alemán, disparando flujos interminables de torpedos y produciendo gritos que sobrevuelan la colonia en la que vivo. A mí no me gusta para nada que los demás se metan en mis asuntos, así que no es muy agradable, para poner un ejemplo, que el vecino de la esquina sepa en qué preciso instante mi novia y yo escalamos el Everest. Y ella está ahí, como una sherpa calentándose las manos en el fuego, desnuda, y yo como el combatiente más honorable de la Guardia roja penetrando en Petrogrado, con la bandera tan erguida que podría empezar a rasgar el cielo si me levantaran un solo centímetro, etc. Luego hacemos el amor unas tres veces y ya no puedo leer. Las capacidades cognitivas se me van apagando. Primero dejo de ser nietzscheano, luego olvido las tesis fundamentales del marxismo, luego olvido los preceptos freudianos que he jurado defender. Hay gritos de gente, desde 1km a la redonda, pidiendo que hagamos silencio, y mi novia “Aaaahh!” y yo “OOOHHH”, muy guturalmente, tratando de ahogar sus gritos por el pudor que me produce todo aquello. E incluso hablamos en otro idioma cuando follamos, hemos intentado eso, y entonces “yeess”, “siiiim”, “hẽehẽe”, “ooooui”, “daaah”, etc. Y todo funciona, pero es momentáneo: acto seguido ahí están de nuevo los gritos de la gente pidiendo silencio, porque hay que dormir y salir a ganar el dinero que no se tiene, y no es bueno que por culpa de dos personas que follan hasta el infinito una parte importante de la población de una ciudad no pueda dormir en paz.