Decía San Pedro Julián Eymard (el más grande apóstol de la eucaristía): "Dichosa el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía. Y en la Eucaristía, encontrar todas las cosas..."
La Adoración Eucarística tiene como fin, la persona divina de nuestro Señor Jesucristo, presente en el Santísimo Sacramento. Él está vivo y quiere que le hablemos, y Él nos hablará.
Y este coloquio que se establece, entre el alma y el Señor, es la verdadera meditación eucarística, es precisamente la adoración.
Que la confianza, la simplicidad y el amor, nos lleven a la adoración. Comencemos nuestras adoraciones, con un acto de amor y abriremos nuestras almas deliciosamente a su acción divina.
Si comenzamos por otra virtud y no por el amor, iremos por un falso camino y nos estancaremos… El amor es la única puerta del corazón.
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