Mientras probaba la potencia de mi moto en la carretera Panamericana, una vaca se me atravesó y al esquivarla perdí el control, fui a parar a una zanja y sufrí varios raspones.
Adolorido, me arrastré hasta la orilla de la carretera para pedir ayuda.
Se detuvo un auto rojo, de donde bajó una mujer muy guapa, con un generoso escote y me preguntó: ¿Estás bien? Vamos, sube, te llevo a casa. Voy a curar tus heridas.
¡No creo que a mi esposa le vaya a gustar esto!, le dije. No te preocupes. Soy enfermera y te voy a revisar.
Yo aún estaba un poco agitado y asustado, así que subí al auto pero insistí: ¡No creo que a mi esposa le vaya a gustar esto! Creo que debería avisarle.
Pero la chica se veía buena persona así que accedí.
Cuando llegamos a su casa, ella me revisó detenidamente y limpió mis heridas. Me ofreció un whisky y luego de tomarnos un par, volví a insistir: ¡No creo que a mi esposa le vaya a gustar esto!
La mujer amable, que además estaba muy buena, me dijo: No te preocupes, quédate aquí otro rato, vamos a acabarnos la botella. Ella no se dará cuenta.
Después de un rato me preguntó: ¿Dónde está tu esposa ahora?
Entonces yo le dije: Me imagino que sigue en la zanja.
Jajajajajajajajajajajajajajajá.
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