Tengo la edad, en que por fin reconozco que está bien ser imperfecto, que no tengo que controlarlo todo, que mis emociones no tienen que pedir permiso para salir a pasear, que mis lágrimas se pueden asomar a cualquier hora del día.
Tengo la edad, en que disfruto más el silencio, con una copa de vino, que las palabras vacías de algún conocido.
Tengo la edad, en la que solo tengo dos o cuatro amigos y siempre recuerdo lo que decía mi madre: “No es la cantidad, sino la calidad”.
Tengo la edad, en donde la conciencia me empuja a decir siempre la verdad, aunque no sea del agrado de otros.
Tengo esa edad perfecta, donde me levanto de la mesa, cuando no me siento apreciado.
Donde ya la vestimenta de apariencias no me queda bien y ahora uso en mi cuerpo, en mi vida y en mi cama lo que me hace feliz.
Tengo la edad, en que solo le permito la entrada a mi vida, a aquellos que son imperfectos como yo, pero que no me estrujan en la cara mis defectos.
Tengo la edad perfecta, de no tener miedo, de empezar de cero, de romperme y pegarme, de estar entre lo extraordinario y mi casa,
Así de tranquilo, así de completo, sin tener que dejar de SER, PARA RECIBIR.
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