Ya no estamos en edad, de pedir perdón por decir la verdad, y tampoco de disculparnos, por no querernos quedar. Estamos para gritar tan fuerte como podamos, con el afán de no quedarnos nada guardado.
Ya no estamos para halagos y palabrería, sino que estamos para caricias y pláticas eternas, con café por las mañanas y vino tinto en las tardes negras.
Ya no estamos para culparnos, de las desilusiones que se causaron, por las expectativas que se crearon.
Ya no estamos para vivir penando, por aquellos amores que no nos amaron, ni por los dolores, que no nos mataron.
A esta edad, estamos para ser felices, así, con la vida y sus matices.
Ya no estamos para esperar, estamos para pelear y hacer nuestros sueños realidad.
Ya no estamos para amigos de las fiestas, estamos para amigos, que aconsejan y consuelan.
Ya no estamos para lealtades familiares, estamos para romper con patrones destructivos.
A esta edad, en qué la sociedad nos llama adultos, nos toca liderar nuestros caminos, nos toca llorar más, para enfermarnos menos, nos toca encontrar el modo de vivir, sin morir en el intento.
(Créditos a quién corresponda).
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