Te lo pregunto, porque muchas veces decimos que no vale la pena vivir la vida que llevamos.
Sin embargo, huele la humedad de la brisa, enfrenta las tormentas y encuentra tu propia luz. Esto porque, nadie nació sabiendo volar.
Así que no sólo mires el río, sino que sumérgete en él.
Recuerda que todo aquello que nace, brota o germina, te dará energía. Y que allí, donde hay más silencio, crece la reflexión.
Así que usa la soledad para dialogar a solas contigo. De vez en cuando, crea tu propio paisaje y píntalo a tu gusto. ¡No dejes de crear!
Deja que tu alma haga el amor con la naturaleza. Bebe todas las aguas y navega todos los mares. Recuerda que no es pecado “vivir”.
Sé curioso, pregunta, investiga, déjate sorprender. Acaricia la piel de la vida. Recuéstate sobre la hierba y respira profundo, pues NO es verdad que se nace “para”, sino que simplemente se nace y tú decides cómo y qué camino recorrer.
Así que decídete por lo que crees, por lo que piensas y por lo que sientes. Tu vida es tu casa y no habrá mejor castillo que el que tú construyas.
Y nunca olvides que: Detrás de las nubes, siempre está el sol. Que las aves vuelan aún en las peores tormentas. Y de que Dios te ha dado todas las herramientas necesarias, para que escribas tu propia historia.
Y recuerda: ¡se puede comenzar otra vez!
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