Apenas la vi, su belleza me deslumbró. Tenía la piel clara, ojos color esmeralda y una larga cabellera, dónde dormía la noche. Sin dudas, era mucho más hermosa que las anteriores. Mi deseo despertó de inmediato. Tenía que hacerla mía. Sabía, por experiencia, que debía actuar con cautela para no cometer errores.
Comencé a vigilar sus movimientos, a observar sus horarios y costumbres. Supe que vivía sola, en una casa alejada del pueblo, justo donde comenzaba el bosque. Eso favorecía mis planes, pues nadie andaba por allí, después del atardecer.
Ella no salía mucho, sino de vez en cuando iba al mercado. Me llamaba la atención que sólo comprara carne, ya que pasaba de largo por los otros puestos. Como no la veía ir a trabajar, supuse que tendría dinero.
Esperé pacientemente durante semanas. Me resultaba difícil acercarme a ella, sin ser notado. Una noche de luna llena, no pude soportarlo más, la deseaba tanto que dolía. Avancé con sigilo hasta su puerta. Me hallaba a pocos metros, cuando la vi salir, dio la vuelta a la casa y se internó en el bosque. Iba desnuda. La seguí.
Caminaba zigzagueando entre los árboles, sus pasos aumentaron la velocidad. Corría. Me apresuré para no perderla de vista. Pensaba que ese era un buen lugar para deshacerme del cuerpo, una vez que hubiera satisfecho mi deseo. No debía perder la oportunidad.
El bosque se volvía más espeso y sombrío, la luz de la luna apenas se filtraba entre el follaje. Ya no podía verla. ¿Dónde estaba?
Me detuve para escudriñar la oscuridad, cuando un repentino aullido me heló la sangre. Algo me empujó con fuerza, caí al suelo. Traté de incorporarme, sin conseguirlo. La muchacha estaba inclinada sobre mí, con una mano apoyada sobre mi pecho, me mantenía pegado al suelo. Ella comenzó a transformarse: su cara se estiró hacia adelante, la boca se convirtió en un horrible hocico y la esmeralda de sus ojos se volvió ambarina y brillante. El cuerpo se le cubrió de un espeso pelaje negro. Presa de un indescriptible horror, comencé a gritar. Antes de perder el conocimiento, alcancé a oír el sonido seco de un disparo, seguido de un gemido agónico.
Desperté tendido sobre un camastro, en una celda maloliente Un hombre, de pie a mí lado, me miraba con marcado desprecio. Alfonso Ramírez, por fin te encontré, dijo. Hace años que sigo la pista de tus crímenes. ¿A cuántas mujeres violaste y mataste? No importa, pagarás por cada una de ellas.
Se dirigió hacia la puerta, y antes de salir, se volvió con una sonrisa burlona en el rostro. Deberías agradecerme. La horca será menos dolorosa, que ser despedazado por una mujer lobo. FIN. (Crédito a su autor).
