Dios conoce muy bien las intenciones de nuestro corazón. Y nos ha advertido que sobre toda situación que enfrentemos, debemos cuidar nuestro corazón, porque de él mana la vida.
Y, cuidar nuestro corazón, es evitar que se envenene con el odio, se enferme con la envidia, se contagie del rencor y se contamine con la venganza.
Esto, porque entonces nuestra existencia habrá perdido la ilusión, porque en un corazón que trama maldad, siempre habrá ausencia de Dios.
No permitamos que crezcan en nuestro corazón raíces de amargura. Cortémoslas con el perdón.
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