Martina contenía la respiración mientras observaba desde el interior del armario cómo el hombre, con destreza furtiva, registraba su cuarto y sustraía los pocos objetos de valor que le quedaban. A ella no le importaba si quería, podía llevarse todo lo que deseara, pero solo pedía una cosa en sus oraciones: que no abriese la puerta del armario.
Agazapada entre sus vestidos, recordaba las palabras que le dijo su padre antes de marchar: Martina, es probable que vengan saqueadores a esta casa a intentar robarnos, pero recuerda, si entran no deben verte. Debe ser así para evitar que esos malnacidos hagan contigo cosas horribles.
El ladrón, después de husmear por cada rincón, pareció darse por satisfecho y ya se dirigía hacia la ventana por la que había entrado cuando, de repente, cambió de idea y se encaminó hacia el armario donde ella se ocultaba. Martina se quedó inmóvil, temiendo lo peor, cuando el hombre abrió la puerta del armario con una destreza desconcertante y la vio. Sus temores se confirmaron al ver cómo el ladrón abría desmesuradamente los ojos y gritaba de terror al ver su rostro.
Ella alargó su mano derecha hacia él en un intento desesperado para acallar los gritos del desconocido que martilleaban en sus oídos. Pero él, aterrado ante la proximidad de un ser de pesadilla, echó a correr hacia la ventana y saltó sin importarle que estuviesen en el segundo piso.
Martina se asomó a la ventana y, cuando vio el cuerpo del hombre desangrándose sobre las losas del patio, sofocó un sollozo.
Mientras el ladrón se retorcía en el suelo, incapaz de levantarse, ella recordó el oscuro secreto que su padre le reveló antes de desaparecer: En sus venas fluía una extraña herencia, un don que se manifestaba en momentos de peligro extremo. Martina poseía la capacidad de proyectar sus propios miedos y horrores más profundos en la mente de aquellos que la miraban a los ojos. Una habilidad que, sin querer, había desatado sobre el ladrón en el instante en que él la vio.
Era una maldición que su familia había intentado ocultar durante generaciones, temiendo la persecución de aquellos que no entendían el origen de este poder. Martina, sin embargo, nunca había tenido control sobre esta facultad, y solo se manifestaba cuando su vida corría peligro.
Mientras el hombre yacía en el suelo, Martina se preguntaba si alguna vez lograría comprender y controlar la oscura fuerza que llevaba consigo. Sin embargo, la urgencia del momento la empujó a cerrar la ventana y a ocultarse nuevamente en las sombras, donde su don aguardaba silencioso hasta el próximo encuentro con el terror. FIN.
(Autoría: D. Writers y A. Alonso).
.
