Soy conductor de Uber y aunque no me gusta trabajar en las noches, en aquella ocasión lo hice, porque había discutido con mi esposa.
Ella sospechaba que yo tenía una amante, lo cual era en parte cierto, pues hacía poco, había conocido una joven que se subió a mi auto y nos habíamos hecho buenos amigos, ya habíamos salido un par de veces, pero no podía confesarle a mi esposa semejante desliz, pues yo sentía que aún la amaba y lo de aquella joven solo era una aventura.
Deambulé por la ciudad sin hacer ninguna carrera. Pasada la media noche recogí un anciano, que me hizo recorrer casi toda la ciudad. Parecía no saber para donde iba.
Entre más desorientado lo veía, más molesto me ponía. No debí haber salido esa noche, pues a esas horas, se encuentra uno a cualquier personaje que raya en la locura y lo digo porque con aquel personaje no se podía tener una conversación coherente. Yo lo miraba por el espejo retrovisor y más que un loco, veía a un mendigo que solo buscaba compañía y la calefacción de mi auto.
Aunque hablaba poco, si notaba que me miraba fijamente por el retrovisor y se sonreía. En ocasiones su sonrisa era tierna y jovial, en otras profunda y tenebrosa. Cuando su sonrisa era esta última, el auto se llenaba de un frío inexplicable. Varias veces revisé la calefacción, creyendo que se había averiado. Cada vez que pensaba en decirle a aquel extraño personaje, que se bajara de mi auto, como si leyera mi pensamiento, me hablaba y me decía, en la próxima a la derecha o a la izquierda.
Esta era esa una de las carreras más molestas de todos mis días como conductor. Era la tercera vez que pasábamos por el hospital general, el más grande de la ciudad.
Molesto le fui a decir que se bajara de mi auto. No me importaba perder todo ese tiempo, cuando el hombre, antes de que yo hablara, puso su mano sobre mi hombro y me dijo: "aquí te quedas". No dijo aquí me quedo, su frase fue clara: "aquí te quedas".
Sentí un frío recorrer mi columna vertebral, un frío mortal, pensaría después de lo vivido. Voltee de inmediato a decirle de qué hablaba, pero el hombre había desaparecido y en ese mismo momento, yo sentí una opresión en el pecho y éste se transformó en dolor. Salí del auto y corrí a la puerta de emergencias del hospital, allí sin explicar mucho le dije al vigilante, me estoy muriendo y en verdad así me sentía. Gracias a esto, muy pronto una enfermera me ingresó al hospital y me atendieron. Era un infarto y algo así, donde estuviera más lejos del hospital, no hubiera sobrevivido. Los médicos me felicitaron por mi pronta reacción, diciendo que parecía un milagro. Yo, la verdad no sé cómo sentirme: para mí, fui tocado por la muerte.
Mi esposa fue la primera en aparecer en el hospital. Le confesé mi desliz, también le juré que no volvería a pasar algo así. Lo vivido había sido una advertencia. De eso, ya hace cosa de dos años y mi esposa y yo vivimos felices.
No sé quién sea ese personaje, si sea bueno o malo, pero en esa ocasión me salvó de una muerte segura. Pocas veces volví a trabajar de noche, no sólo por lo de aquella ocasión, sino porque en verdad me molesta ese turno. Una noche que no estaba de servicio, solo había salido a comprar algo para la cena, cuando al pasar por un callejón solitario lo vi. Era el mismo hombre de aquella noche, me levantó la mano no en señal de pare, más bien parecía el de un adiós. Sentí un frío recorrer toda mi piel, el mismo que sentí cuando ese personaje puso la mano en mi hombro. Pensé que si en ese momento tenía de nuevo un infarto, no podría llegar a ningún lado. Pensé en mi muerte. Aquel hombre, como si leyera mi pensamiento, sonrió y desapareció ante mis ojos, siempre con su mano en alto en señal de despedida. Por suerte no ocurrió nada y volví a casa sano y salvo.
(Autor: Alex Moralex Gómez).
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