AGONIA DE UNA VAMPIRESA: Las horas pasan y el tiempo se acorta. Mi vida se está acabando. He vivido el peor de los infiernos, esperándote, amor mío.
Esta noche quiero terminar con mi agonía. Esta vida es muy triste en soledad. Eras la luz de mi luctuoso y sombrío destino. Ahora estoy a un paso del abismo. Me quedé con todo este amor, sin saber qué hacer. ¿Dónde meterlo, dónde guardar todo este dolor? Y ahora, lo único que deseo, es morir petrificada, ya no quiero más eternidad, si no es contigo, mi Príncipe negro. Estas eran las palabras de desesperación. Y casi moribunda, Lili, una vampiro, se había condenado a muerte.
Su amado Alexander tenía 1.000 años que había muerto. Le habían asesinado con una estaca en el corazón. Los vampiros de sangre noble reencarnan cada 100 años, pero ya habían pasado 1000 años. Diez reencarnaciones, que no recordó su hogar.
¿Tal vez tu deseo por volver a verme no era tan fuerte? ¿Quizás nunca me amaste como yo a tí? Muchas preguntas venían a la mente de Lili, mientras recordaba todas las penurias y la soledad que había vivido, esperando a su amado. Así como todas las vidas que había tomado.
Ahora se encontraba tirada en el estanque de su lúgubre y tenebroso Castillo. Era una noche taciturna y gélida. Lili bebía una copa del más dulce néctar, de color rojo púrpura, mientras lloraba lágrimas de sangre, tan negra como su alma, por Alexander, aquel vampiro que le había jurado amor eterno y la había convertido en lo que era ahora: una vampiresa fría y calculadora. Lili salía por las noches disfrazada de una joven inocente y así cegaba vidas a diestra y siniestra y por su belleza, la mayoría eran jóvenes incautos los que terminaban siendo su cena.
Lili guardaba las cenizas de Alexander y las había esparcido por todo el estanque, que había llenado con sangre de sus víctimas. Lili hizo un ritual de Taumaturgia y Nigromancia, pidiendo al maligno que le devuelva a su amado. Ya hacía tres noches que esperaba que Alexander rencarnara. Ya se había cumplido la décima centena y todo había sido en vano.
Ya no quiero vivir cien, ni mucho menos mil años más. Maldigo mi destino, que ha jugado de una forma tan cruel con mis sentimientos, que a cada momento solo quiero dejar de existir. Lili ya había tomada la decisión de matarse. En tan solo unos pocos minutos, aparecerán los primeros rayos de sol del crepúsculo matutino.
Pero de repente, una suave brisa la envuelve y tiene una visión de un cuervo y hombre muy apuesto que le dice: Espérame, solo un día más, mi dulce princesa...
(Autora Dolly M).
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