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preguntado por Semipesado (388k puntos) en NOCHES DE TERROR
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Ya era demasiado tarde. Solo quedaba observar el horror ineludible, que pronto se desataría en la tierra, un poder tan oscuro, que ni en los cientos de poemas, narrados durante la más profunda de mis pesadillas, lograban siquiera asemejarse.

Nuestra última esperanza, se desvaneció al compás del final de un milenario letargo y, por primera vez en la historia de la humanidad, "La Hermandad de la Luna Creciente", hacía acto de presencia, demostrando su salvajismo, a través de múltiples sacrificios paganos alrededor del mundo. El olor a sangre impregnaba el ambiente y se elevaba hasta lo más alto del cielo, excitando la presencia diabólica de un ser que no pertenecía a este mundo.

¡Esos bastardos!, después de tanto tiempo, por fin consiguieron su objetivo: despertaron al mayor de los misterios, la amenaza más grande para la tierra y probablemente también para el universo.

La hora había llegado y la hermosa luna posaba desde lo más alto de la noche, palpitando cuál poderoso corazón encantado, haciendo vibrar la tierra con cada melancólico latir que, segundo tras segundo, revelaba la verdadera apariencia del majestuoso satélite. Sus incontables cráteres se fueron desvaneciendo y su superficie grisácea parecía estarse retorciendo desde sus adentros.

Condenados al sufrimiento eterno”, se repitió varias veces a través del subconsciente de todo ser vivo en el planeta. La sádica luna mudaba su piel, se desgarraba a sí misma para exponer aquello que hasta ahora descansaba oculto: Un siniestro corazón colosal, que se abría justo en el medio, para darle forma a una inquietante sonrisa, una boca gigante e inclinada, de donde se asomaba una lengua larga, babosa y desagradable.

Las nubes derramaban lágrimas color carmesí, sobre una ciudad inundada en el miedo y la desesperanza. El fin de los tiempos se hacía evidente y fue justo ese mismo pensamiento, el que me hizo recordar la profecía difundida por los responsables de este caos.

Entonces, temeroso de perder, mi ya poca cordura, desvié la mirada del órgano gigante, para observar la gran cantidad de personas a mi alrededor. Con la fuerza que me quedaba les grité: ¡NO MIREN AL CIELO! ¡NO LO HAGAN!

Nadie me escuchó y por seguir alzando la vista en dirección al bizarro espectáculo, las escleróticas de sus glóbulos oculares se tornaron negras, derramando un líquido del mismo color oscuro. Sus piernas cedieron, arrodillándose, con las manos alzadas al cielo. La piel de sus cuerpos se transformaron en una inconsistente viscosidad, mientras que el extraño fluido seguía brotando de sus narices y gargantas, envolviendo su cuerpo mientras ellos, en un último aullido de agonía, suplicaban desesperados, porque les llegara la muerte. La presencia inmortal se deleitaba, ante el ambiente sangriento, que él mismo propiciaba y, como muestra de su intenso placer, nos estremecía con una lenta y desquiciada carcajada.

La Hermandad de la Luna Creciente hablaba sobre esto. Decían que tras la llegada de su dios, el cielo se abriría por la mitad para darle paso a decenas de portales, conectados con otras dimensiones, universos incompatibles con el nuestro, y lugar de donde aquella infame criatura iría trasladando su cuerpo.

Ahora ningún ser vivo puede mirar al cielo, lo que yace arriba escapa de toda comprensión posible para nosotros, simples mortales. Busquen refugio, encuentren comida y abracen a los suyos, esto es solo el comienzo…

(Enmanuelle Ferreira).

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