Con el cuerpo magullado y el alma rota, Lupe se dejó caer entre los cartones que le servían de cama esa noche. Como cada día, su mente se sumergió, sin poder evitarlo, en el oscuro remanso de sus errores pasados y su vida atormentada.
Se había casado a temprana edad, a los 18 años, con Hernando, quien creía ser su príncipe azul. Sin embargo, se transformó desde la misma noche de bodas en un monstruo de pesadilla. La separó de su familia, ejerciendo un control total sobre ella, convirtiendo su vida en un laberinto de palizas y terror que duró años, hasta que un día, hastiado de verla por el medio, la desechó como si fuera un objeto sin valor.
Lupe se encontró sola, sin refugio y sin esperanza. Luchó como pudo para sobrevivir: pidió, robó e incluso vendió su propio cuerpo por una miseria, cuando no tuvo más remedio. Pero ahora, a los 40 años, se había rendido. En el callejón, el viento soplaba con crueldad, castañeando los dientes de Lupe, quien entre sollozos suplicaba a la muerte que se la llevase esa misma noche.
Entre sollozos, la monotonía de la noche, se deslizó hasta que un sonido la sacudió. Al abrir los ojos, se encontró con una joven, sosteniendo una flor. La muchacha, de unos 12 o 13 años, era un contraste fascinante: vestía un traje carmesí que resaltaba con el azul de sus ojos y el ébano de su piel. En su mano, sostenía una pequeña flor amarilla.
¿Te has perdido?, preguntó Lupe, intentando comprender si aquella muchacha suponía una amenaza para ella. La chica negó con la cabeza. Nunca me pierdo, respondió. Siempre estoy donde debo estar. Hoy, por ejemplo, estoy aquí porque tú me has llamado.
No comprendo, ¿que yo te he llamado? Sí, quizá no me reconozcas, porque suelen representarme como un esqueleto con capucha y guadaña, pero me pediste que viniera por ti.
¿Eres la muerte y has venido por mí?, balbuceó Lupe, cuando pudo recuperar el habla. Sí y no, respondió la joven, mostrando sus blanquísimos dientes en una sonrisa pícara. Es decir, sí soy la muerte, pero no he venido por ti, porque aún no es tu hora. He venido a entregarte un regalo. Y le tendió la flor que llevaba consigo.
Lupe, sin entender del todo por qué, alargó la mano hacia la flor que le ofrecía la muerte. Cuando las yemas de sus dedos rozaron el tallo de la planta, todo se volvió negro y comenzó a dar vueltas. ¿Y tú, Lupe?, oyó que le preguntaba una voz desde la oscuridad. ¿Yo qué?, contestó Lupe, sin entender bien lo que pasaba. ¿Aceptas a Hernando como tu legítimo esposo?, preguntó la voz de un Sacerdote.
La oscuridad que lo cubría todo desapareció de repente, y Lupe supo dónde y cuándo estaba: ¡Estaba en la iglesia y era el día de su boda!
¿Aceptar a este monstruo como mi esposo? ¡Diablos, claro que no!, dijo Lupe, arrancándose el velo. Bajó del altar y se dirigió hacia la puerta, ante la mirada incrédula de todos los presentes.
Al salir de la iglesia, la luz del sol la hizo sentir más viva que nunca, porque a Lupe, la vida, o mejor dicho, la muerte, le había regalado una segunda oportunidad y no pensaba desperdiciarla. FIN.
(Autoría: D. Writers y A. Alonso. Laberinto de Historias).
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