Una profesora estaba en una sala de clases. Las paredes se estaban descascarando, la ventana estaba rajada y el moho crecía en algunas mesas de madera, que ya estaban podridas. La profesora, con su vestido largo hasta debajo de las rodillas, flequillo, cola de caballo y una sonrisa angelical, estaba frente al pizarrón cuando se volvió hacia los alumnos y dijo:¡Falta poco para que hagamos el viaje! Todos los alumnos, niñas y niños de 8 a 9 años, sonrieron.
Entonces, un niño gordito se levantó: Profesora, quiero ver a mi mamá, la extraño. Sin embargo, la profesora se puso frente a él, impidiéndole salir, y agachándose para ponerse a su altura, puso sus manos delicadas sobre sus pequeños hombros: No pueden, aún no pueden salir de aquí. Él, con los ojos grandes llenos de ingenuidad, respondió: Pero echo de menos a mi familia. Otros alumnos también dijeron: Yo también echo de menos. Sin embargo, la profesora, acompañando al niño gordito de vuelta a su mesa, se puso de pie y dijo con una sonrisa: Un día nos encontraremos con nuestros familiares, pero por ahora, quiero que esperen; pronto partiremos.
Entonces, la puerta que se caía a pedazos de la escuela se abrió crujiente. Isa, una niñita con vestido blanco y trenzas en el cabello, y su hermano Kevin entraron. La profesora y los alumnos sonrieron tan ampliamente que no les cabía en la boca: ¡Isa, Kevin, finalmente llegaron! Isa dijo: ¡Nos trajimos esto! Era una carta escrita por varios padres de los niños, con la autorización que la profesora necesitaba para partir.
Luego, ella tomó la carta con cuidado, se colocó en el centro del aula y dijo: Por favor, hagan silencio niños, voy a leer la carta. Ninguna de las criaturas se atrevió a hacer ruido, así que la profesora comenzó a leer: Nosotros, padres y madres de los niños, queremos decir que no importa lo que haya sucedido, los recordaremos y amaremos por siempre, pero ahora lo más importante es que sepan que necesitan irse. En la vida, tenemos momentos de alegría extrema y tristeza, y no queremos prolongar los momentos tristes, por eso les agradecemos por haber sido nuestros hijos en vida. Firmado con amor, por papá y mamá.
Después de leer esto, a la profesora se le escapó una lágrima, todos los niños aplaudieron. Entonces, sus cuerpos comenzaron a brillar y misteriosamente una luz que emergió del cielo comenzó a llevarse sus cuerpos, hasta que brillaron hasta desaparecer. Después de que la luz se fue, el aula quedó oscura, vacía, sin vida. Solo entraba un viento suave por la ventana con el vidrio roto, e Isa y Kevin se sonrieron el uno al otro. Luego, caminaron por el pasillo para salir de la escuela.
Después de salir, pasaron por una placa de madera clavada en la pared que decía: Esta escuela fue cerrada y nunca más será reabierta, pero colocamos esta placa en homenaje a las víctimas del incendio de 1978, que mató a 30 alumnos, incluida nuestra querida profesora Roberta. En honor a nuestros eternos angelitos.
(Escrito por; Pesadilla Nocturna).
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