En las llanuras polvorientas de Coahuila, donde el sol golpea con fuerza y el viento susurra historias de tiempos antiguos, se encuentra el pueblo fantasma de Santa Elena. Abandonado hace décadas, sus calles vacías y sus casas en ruinas, son un escenario perfecto para las leyendas macabras.
Una de las historias más inquietantes es la del "jinete sin cabeza", un espectro que cabalga por las noches buscando venganza. Se dice que este personaje era un antiguo hacendado, cruel y despiadado, que fue asesinado por sus propios peones, durante una rebelión.
Desde entonces, su alma en pena, vaga por esos llanos, montado en un caballo negro y con la cabeza colgando del arzón. Su aspecto es aterrador: ojos vacíos, rostro pálido y una sonrisa macabra. Se dice que busca a sus antiguos capataces, a quienes condena a una muerte horrible.
Los habitantes de los pueblos cercanos evitan ir a Santa Elena, especialmente al oscurecer. Se dice que el jinete suele aparecerse en la antigua iglesia, donde se escucha el eco de sus espuelas y el relincho de su caballo infernal.
Un día, un grupo de jóvenes aventureros, buscando emociones fuertes, decidió pasar una noche en ese lugar. Acamparon en la plaza del pueblo, rodeados de las ruinas de las antiguas casas. A medianoche, el viento comenzó a soplar con fuerza y las nubes ocultaron las estrellas. De repente, un sonido escalofriante los heló de miedo: el galope de un corcel que se aproximaba.
Entre las penumbras, vieron una figura horrible: un jinete sin cabeza, vestido de negro y con una espada en la mano. La aparición los miró con sus ojos vacíos y una sonrisa cruel. Los jóvenes, aterrorizados, intentaron huir, pero el ente los persiguió en su caballo.
Casi todos los muchachos fueron atrapados, condenándolos a un espantoso fin. Solo uno de ellos logró escapar al amanecer, con el terror grabado en su rostro. Desde entonces, pocos se atreven a visitar Santa Elena por la noche.
El jinete sin cabeza sigue cabalgando en esos rumbos con un hambre de venganza interminable. Su leyenda es un recordatorio de que la justicia, incluso después de la muerte, siempre llega.
.
