Acaricié su rostro, y me apoyé en su nuca.
Humedecí mis labios, para besar su boca.
La encerré entre mis brazos, y fue un momento extraño.
Con sus palabras tiernas, me dijo: "No te amo".
Sentí aquellas palabras, cual balde de agua fría, mientras por mis mejillas, unas gotas corrían.
Y si era sudor o llanto, decirlo no podría, pues mis ojos cerrados, en verdad no veían.
Le aflojé de mis brazos, las piernas me dolían, y quise retirarme, para seguir mi vida.
Ella entreabrió los ojos, mientras me repetía: "En verdad no te amo, sino que te adoro, vida mía". (Iván Darío Ramírez Gómez).
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