Había una vez un pequeño pueblo en el campo que tenía su párroco, un cura anciano y enfermo. Un día murió. Como el obispo no tenía otro sacerdote que lo reemplazara, la ciudad se quedó sin sacerdote.
Poco a poco, la gente se olvidó de la Iglesia. Terminaron cerrando las puertas de la vieja Matrix para siempre. La gente comentaba que la Iglesia había muerto allí.
Pasaron varios años, hasta que el obispo, preocupado, envió allí a un sacerdote recién ordenado.
Llegó el joven Sacerdote y, con todo su entusiasmo, abrió las puertas del Matrix, se quitó las telarañas y tocó el timbre, convocando a la gente. Pero nadie vino.
El sacerdote salió a la calle invitando personalmente a los que conocía. La respuesta era siempre la misma: “No sirve de nada, Padre, aquí murió la Iglesia”.
El sacerdote tuvo una idea: si la Iglesia está muerta, enterrémosla. E invitó a la gente al entierro de la Iglesia.
La noticia corrió. Las mujeres que lavaban la ropa en el arroyo y los hombres en los bares comentaron: "¿Habéis visto alguna vez un entierro en la Iglesia? ..."
A la hora señalada, Matrix estaba llena. El sacerdote había quitado los bancos y colocado un ataúd en medio del templo, rodeado por una cuerda.
Tras la celebración fúnebre, el Padre dijo, en tono fúnebre: "Los invito a acercarse al féretro y dar su último adiós a la Iglesia difunta".
La cuerda se abrió y la gente se acercó. Pero todos los que miraron dentro del ataúd se sobresaltaron y se fueron con la cabeza gacha.
Ya te estás imaginando lo que el Padre colocó en el ataúd: Un espejo. ¡Cada persona que miró se vio a sí mismo adentro!
REFLEXIÓN: Es la verdad. Somos Iglesia. Criticarlo es criticarnos a nosotros mismos.
Que María Santísima nos ayude a amar a la Santa Iglesia. Amar a nuestra comunidad, nuestra parroquia y nuestra diócesis. Amar a la Iglesia y hacerla cada vez más viva, santa y bella.
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