Cuando tenía doce años de edad, mi papá me obligó a ir al velorio de un amigo suyo, que yo no conocía.
Cuando llegamos, me quedé en un rincón, esperando la hora de irme. Y mientras esperaba, se acercó un hombre, se agachó para verme cara a cara y me dijo:
"Aprovecha la vida, chiquillo. Persigue tus sueños. Sé feliz, porque yo no aproveché". Pasó la mano en mi cabeza y se fue.
Antes de irnos, mi papá me obligó a despedirme del muerto. Durante todo el tiempo que estuvimos ahí, me sentí muy nervioso, pero cuando miré el ataúd me asusté como nunca. El muerto, era el hombre que conversó conmigo, cuando estaba en el rincón de la sala.
Esto me atormentó durante muchos años y no se lo conté a nadie, hasta que descubrí algo increíble, que cambió mi vida: Aquel difunto, hijo de puta, tenía un hermano gemelo. Jajajajajá.
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