Brazos rígidos y yertos, por dos garfios traspasados, que aquí estáis, por mis pecados, para recibirme abiertos, para esperarme clavados.
Cuerpo llagado de amores, yo te adoro y yo te sigo. Yo, Señor de los señores, quiero partir tus dolores, subiendo a la cruz contigo.
Quiero en la vida seguirte y por sus caminos irte alabando y bendiciendo, y bendecirte sufriendo, y muriendo bendecirte.
Que no ame la poquedad de cosas que van y vienen; que adore la austeridad de estos sentires, que tienen sabores de eternidad.
Que sienta una dulce herida, de ansia de amor desmedida; que ame tu ciencia y tu luz; que vaya, en fin, por la vida, como Tú estás en la cruz.
De sangre los pies cubiertos, llagadas de amor las manos, los ojos al mundo muertos y los dos brazos abiertos, para todos mis hermanos. Amén.
.
.