Una niña jugaba cerca de su casa, cuando de repente encontró una oruga. Desde entonces, todos los días la visitaba y le llevaba hojas para alimento.
Un día, la oruga subió a la rama de un árbol y comenzó a transformarse en un capullo. La niña observaba cada día el capullo, esperando que se convirtiera en mariposa.
Un día, un pequeño orificio apareció en el capullo, y la mariposa batallaba para salir. Al principio la niña estaba emocionada, pero luego comenzó a preocuparse. La mariposa luchaba fuerte por salir, y parecía como si no podía liberarse. Se veía desesperada, como si a pesar del esfuerzo, no había ningún progreso.
La niña estaba tan preocupada, que corrió a su casa y regresó con unas tijeras, para ayudar a la mariposa a salir.
Ya estaba a punto de cortar el capullo, cuando un vecino que la vio, alzó su voz y le dijo: Hija, si yo fuera tú, no haría eso.
¿Por qué, preguntó la niña? Porque se supone que la mariposa batalle. De hecho, esa lucha es la que ayudará a que sus alas salgan fuertes. Así, mientras más grande sea la lucha, más fuertes serán las alas, para elevarse para volar.
Amigo mío, las luchas son parte de nuestro viaje y nos preparan para lo que viene. A veces son dolorosas, pero fortalecerán nuestras habilidades.
“Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente, no son comparables con la gloria venidera, que en nosotros ha de manifestarse”. (Romanos 8, 18).
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