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preguntado por Semipesado (388k puntos) en Misterios

Cuando conseguí valerme por mi misma y pude alquilar un pequeño apartamento, mi hermana me regaló un precioso gato blanco, de ojos azules, para evitar que me ausentara de la realidad. He de confesar que me cuesta socializar con personas y muchas veces estoy en mi mundo, por eso, aunque al principio recelé del minino, lo acepté. La pequeña bola de pelo blanco pronto supo hacerse un sitio en mi corazón, de tal manera que yo misma estaba deseando volver del trabajo para arroparlo en mis brazos.

Así pasaron varios días, semanas e incluso meses. Como me evado de la realidad con facilidad, juraría que incluso en algún momento me olvidé de comer, pero nunca me olvidé de darle su comida a Lulú (así lo había llamado).

Yo era feliz, excepto en esos momentos en los que tenía que estar fuera de casa, ya fuera por trabajo, compras… Nadie nos molestaba. En ese entonces éramos tan solo Lulú y yo. Sin embargo, un día Lulú empezó a maullar como cuando pedía su cena. Fue algo que me extrañó, ya que tenía su plato lleno, pero no estaba comiendo. Me acerqué a él y vi que el minino me miraba con pena, algo muy raro, ya que solía colgarse de mis pantalones cuando me acercaba.

Siempre habíamos estado muy unidos, pero ahora me sentía como si fuera una completa extraña para Lulú. Sin apartar la mirada de mí con sus preciosos ojos azules, se movió con el andar elegante que caracteriza a los gatos, para acercarse a la puerta que permitía la entrada en el piso. Lulú quería salir.

¡No, Lulú!, le dije. Él, por toda respuesta, se sentó y luego estiró sus patas delanteras, pegando el estómago contra el suelo y agachando la cabeza, como si suplicase. Eso no era normal. Lulú había sido castrado, por lo que me había dicho mi hermana. ¡Mi hermana! Debería de llamarla un día de estos. Hacía mucho que no hablaba con ella y ni siquiera le había agradecido apropiadamente por Lulú.

De momento, curiosa por el comportamiento de Lulú, decidí abrirle la puerta. Lulú se levantó con alegría y salió al pasillo comunitario, para encontrarse con un vecino.

Ya lo había visto alguna vez. Era un hombre que rondaba los cuarenta años y solía comer un bocadillo de camino a su trabajo, cuando le tocaba por la noche. Lulú se encariñó en sus piernas, como hacía conmigo.

¡Eh! ¿Qué pasa, bonito?, pareció alegrarse el hombre. ¿Tienes hambre? Lo acarició un poco, a lo que Lulú ronroneó con evidente felicidad, lo que provocó que el hombre lo premiara con un trozo de bocadillo. Después, se fue sin decir nada más.

Como no soy sociable y me cuesta hablar, permanecí callada, pero me molestó muchísimo que ese señor le diera de comer a Lulú y hubiera hecho como si yo no estuviera presente. Por primera vez, le pegué un grito a Lulú, lo cual, al no estar acostumbrado, volvió corriendo a nuestro apartamento.

Como he dicho, me evado de la realidad, por lo que no recuerdo nada del día siguiente, tan solo que Lulú volvió a suplicar ante la puerta a la misma hora.

Escuché detrás de la puerta y oí pasos, así que estuve vigilando por la mirilla de la puerta hasta ver cómo pasaba el vecino. Poco después, Lulú pareció ser consciente de que el vecino no estaba y se dirigió a su cama enfurruñado, cuando suele quedarse en el sofá conmigo.

Como me pasaba últimamente, no recuerdo mucho del día siguiente, pero dolida porque Lulú se enfadara conmigo, le abrí la puerta cuando volvió a pedirlo. El vecino repitió la pauta de alegrarse y darle de comer. Después, miró a los lados y preguntó: Pareces solo, ¿quieres venir conmigo? Lulú se acercó a él y empezó a seguirlo.

Yo iba a gritar, pero entonces Lulú posó sus ojos en mí y pareció decirme: “Ya es hora de partir”. Observé mis manos y vi como empezaban a desvanecerse. Entonces lo recordé todo. Me había evadido tanto de la realidad que había dejado de ir a trabajar y también me había olvidado de comer. Creía que estaba yendo a trabajar y que comía, pero ya había muerto por hambre. Entendí el mensaje de Lulú. Él había estado a mi lado todo este tiempo, pero no podía permitir que también se muriera de hambre.

Miré a los ojos a Lulú, una última vez y la paz me invadió, al tiempo que mi cuerpo iba desapareciendo. Cuando ya casi había desaparecido, vi la puerta. ¿Quién abrió la puerta estos dos días si yo ya estaba muerta? Fin.

(Autor: Daniel Ares Blanco. Todos los derechos reservados).

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1 Respuesta

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respondido por Supermediano (287k puntos)
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Mejor respuesta
Guardando las proporciones amigo.... Me hiciste recordar este poema:

No temas mi señor;estoy alerta
mientras tu de la tierra te desligas
y con el sueño tu dolor mitigas
dejando el alma a la esperanza abierta.

Vendra la auroray te dire;despierta
huyeron los sombras enemigas
soy compañero fiel de tus fatigas
y celoso guardian junto a tu puerta.

Te acisare del rondador nocturno,
del amigo traidor, del lobo fiero,
que siempre anhelan encontrarteinerme.

Y llega con paso taciturno
la muerte, con mi aullido lastimero
tambien te avisare... !descansa y duerme!

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comentado por Semipesado (388k puntos)
Qué lindo poema, Kent







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