¡Quiero que venga mamá!
Eran las 12:15 de la noche, y Jacobo estaba a punto de quedarse dormido, cuando lo oyó de nuevo, un llanto desquiciado, que provenía de la habitación contigua: ¡Mamá! ¿Dónde estás, mamá? ¡QUIERO A MI MAMÁ! Suplicaba una voz femenina.
Resignado, se levantó, se puso las zapatillas y cogió las llaves que estaban en el cajón de la mesilla, luego salió al pasillo.
¡Ya voy, ya voy! Tranquila, Julia, dijo el hombre, mientras introducía la llave en la cerradura y quitaba el cerrojo. Escuchar su voz pareció tranquilizarla un poco después de todo, pues la habitación quedó en silencio.
Pero al abrir la puerta, con la penumbra de la luz del pasillo, vio que Julia se había levantado y estaba acurrucada en un rincón. La indefensión de Julia era palpable, y Jacobo podía verlo. Si solo confiara un poco en él, pensó, todo sería más agradable para ambos.
¡VETE! Le gritó al verlo. ¡FUERA! No quiero que me hagas más daño, exclamó con voz temblorosa, sus ojos empapados en lágrimas. "Quiero a mi mamá."
Jacobo trató de hablar con ella, de explicarle que no podía gritar o despertaría a los vecinos, y ellos se enfadarían, pero ella lo miraba con repulsión y horror. "Eres viejo y horrible, me encierras", acusó con angustia.
El hombre intentó acercarse a ella, con una extraña expresión en la cara. ¿Por qué tendría que ser todo tan complicado? pensó. Cuando colaboraba, todo era mucho más fácil.
Julia vigilaba todos los movimientos del hombre, y cuando vio que se acercaba, empezó a chillar. ¡Déjame! ¡Eres un monstruo, quieres hacerme cosas malas!
Los intentos por calmarla resultaron inútiles. "No te he hecho daño, no te he pegado", balbuceó, tratando de mantener la calma, sabiendo que era mentira, que en algún momento había perdido la calma y le había dado a Julia algún bofetón, aunque después, arrepentido, se había prometido que no lo volvería a hacer. Él la amaba y no le gustaba pegarle.
"Traes a gente que me mira mientras duermo y a veces me levantas el pijama para verme", dijo con voz trémula. "No, no lo hago", intentó negarlo también, pero ella no parecía dispuesta a escucharle.
Entonces, con determinación, le dijo: "Cuando venga mi mamá, le diré que te empeñas en desnudarme y bañarme tú mismo". ¡Ya verás lo que te hará! El hombre trató de explicarle que lo hacía porque ella no podía cuidarse sola, pero sus ojos llenos de desconfianza no dejaban espacio para la razón.
Finalmente, Jacobo no tuvo más remedio que usar la jeringa, que guardaba para momentos de urgencia, como aquel, y le inyectó la medicación que la aturdiría durante unas horas. Julia forcejeó, sorprendiendo a Jacobo de nuevo con la fuerza que había en aquel pequeño cuerpo. Poco a poco, la droga fue haciendo efecto y las lágrimas se fueron apagando mientras se quedaba dormida.
Con cuidado, el hombre la desvistió y la metió en la cama, luego cerró la puerta con llave, temiendo que Julia pudiera despertar durante la noche y querer huir. Se dirigió a su habitación, con el peso de lo que había hecho y la incomprensión de Julia pesando sobre él.
Media hora más tarde, Jacobo volvía a estar en su cama ojeando una antigua foto, en ella se veía a dos jóvenes felices que sonreían a la cámara con toda la vida por delante. Entonces, recordó las palabras que había pronunciado aquel día, hace ya más de 30 años: "Prometo serte fiel, amarte, cuidarte y respetarte, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe." Y eso pensaba hacer, aunque su amada Julia ya no se acordase de él, por culpa del maldito Alzheimer. FIN.
(Laberinto de Historias. Autora: Diana Writers. Todos los derechos reservados).
.
