La oscuridad de la noche envolvía la morgue, mientras yo, Juan, me encontraba sentado en mi silla de vigilante. Era un trabajo solitario y sombrío, pero alguien tenía que hacerlo.
Las luces parpadeantes y el silencio sepulcral, creaban una atmosfera inquietante que me erizaba la piel. Mis noches transcurrían, entre el viento aullando y el zumbido constante de los refrigeradores, que preservaban los cuerpos. Siempre había tenido nervios de acero, pero en ese lugar, incluso el más valiente, podía experimentar el miedo.
Una noche, mientras patrullaba los oscuros pasillos, escuché un ruido proveniente de la sala de autopsias. Mis pasos resonaban en el frío piso de baldosas y mi corazón latía fuerte en mi pecho. Me acerqué lentamente a la puerta, accioné la maneta y la abrí lentamente.
El resplandor de la luz tenue reveló una figura borrosa. Parpadeé varias veces para enfocar mi vista, lo que vi me heló la sangre.
Lancé un grito de espanto. Un cadáver yacía sobre la mesa de autopsias, pero se movía. Sus extremidades se retorcían en espasmos grotescos, mientras emitía un susurro gutural.
No podía creer lo que estaba viendo. ¿Era una pesadilla o la realidad misma? Ante mi mirada aterrorizada, el cuerpo sin vida se levantó lanzando un gruñido escalofriante.
Su piel pálida y descompuesta colgaba de su esquelético rostro, la muerte parecía haberle hecho una visita, pero él se había negado a recibirla. Sus ojos sin vida se clavaron en los míos, y un escalofrío recorrió mi columna vertebral.
El ser avanzó hacia mí con movimientos torpes, pero decididos. Retrocedí, mi mente buscaba una explicación lógica y se preguntaba: ¿Era un fenómeno paranormal? ¿Un experimento macabro?
No tenía tiempo para responder esas preguntas. Mi instinto de supervivencia gritaba que corriera, que abandonara aquel lugar maldito. Escapé corriendo por los oscuros corredores. El sonido de mis propios pasos ahogaba el ruido de ese ser que me perseguía.
Cada esquina que giraba era una apuesta a vida o muerte. Mi aliento se entrecortaba y mis piernas flaqueaban, pero sabía que no podía rendirme.
Luche contra mi propio agotamiento y seguí adelante. Por fin llegué a la puerta de salida, mi corazón latía con fuerza, el terror aún dominaba mi mente.
Salí al exterior, dónde el aire fresco de la noche me envolvió y me recordó que aún estaba vivo. Me apoyé contra la pared, agotado y temblando. Mientras recuperaba el aliento no pude evitar preguntarme qué había desatado tan horripilante presencia en aquella morgue.
¿Era un espíritu en busca de venganza? ¿Un macabro experimento científico que había salido mal? Nunca encontré las respuestas, pero una cosa era segura, aquel lugar era un imán para lo oscuro y siniestro.
Desde esa noche nunca más volví a trabajar en esa morgue maldita. El recuerdo de ese espantoso encuentro quedó grabado en mi memoria para siempre. Sin embargo, cada vez que paso por esa morgue, siento una presencia inquietante, y me pregunto si aquel ser sigue acechando en la oscuridad, esperando a que alguien más se atreva a cruzarse en su camino.
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