En una fría y oscura noche de invierno, me encontraba en una sala de espera de un antiguo hospital. La tenue luz parpadeante de una lámpara hacía que el lugar pareciera más siniestro de lo que ya era. La única compañía que tenía era una anciana sentada en un rincón, con su mirada perdida en la nada. El sonido de la lluvia golpeando las ventanas parecía crear una atmósfera aún más inquietante.
Mientras esperaba mi turno, comencé a notar que la anciana se movía de manera extraña. Sus manos temblorosas sostenían un pequeño pañuelo blanco, pero lo apretaba con fuerza, como si estuviera a punto de desgarrarlo. Sus ojos, vidriosos y sin vida, finalmente se posaron en mí, y una sonrisa macabra se formó en sus labios arrugados.
Mi corazón se aceleró y me sentí atrapado en una pesadilla. No podía apartar la mirada de los ojos de la anciana. Su voz, apenas un susurro, susurró palabras incomprensibles que helaron mi sangre. Una sensación de pánico me invadió, pero estaba paralizado.
Entonces, la anciana se levantó, con una agilidad sorprendente, para alguien de su edad. Se acercó a mí, contorsionando sus manos y piernas, como si estuviera poseída por una fuerza maligna. Intenté retroceder, pero mi cuerpo no respondía. Estaba atrapado en su mirada hipnótica.
Justo cuando pensé que mi destino estaba sellado, la puerta de la sala de espera se abrió de golpe, y una enfermera me llamó indicando mi turno, interrumpiendo la macabra escena. La anciana volvió a su silla, como si nada hubiera sucedido, pero sus ojos aún me seguían, llenos de un mal insondable.
Finalmente, llegó mi turno, y salí de la sala de espera, pero la mirada de la anciana y su sonrisa siniestra quedaron grabadas en mi mente para siempre. Nunca supe quién era esa anciana ni qué oscuros secretos ocultaba, pero sé que su presencia en esa sala de espera fue la experiencia más aterradora de mi vida.
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