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preguntado por Semipesado (388k puntos) en Misterios

Regálanos una sonrisa para la foto, es tu primer bocado y deseamos inmortalizarlo, le dijo su madre. Sostenía un largo cuchillo bañado en sangre, por el trozo de carne que acababa de rebanar.

No, no quiero, respondió la niña. No soy como ustedes.

La familia se hallaba reunida en el comedor elegante y pulcro de su gran mansión. Las paredes eran de madera, el suelo de mármol y sobre ellos colgaba una lámpara de araña. Eran seis: los padres, usaban traje y vestido respectivamente; y los hijos, dos varones y dos mujeres, con dos años de diferencia entre cada uno, usaban ropajes modernos. El mayor tenía veintidós años y la menor (Antonella), catorce.

Todos habían terminado de comer, excepto la menor. Era la maduración de su fertilidad. Y la tradición familiar dictaba que estaba lista.

Somos de la misma sangre y carne, niña. ¿Cómo te atreves a decir eso?, espetó su padre con una mirada amenazadora. Tomó una servilleta de la mesa y se limpió la sangre de su abultado bigote negro.

No, no quiero comer, es mi decisión final y no van a obligarme. Se levantó de la mesa y se dispuso a irse.

¿A dónde crees que vas?, preguntó su madre. Conoces muy bien las reglas. Sabes lo que significa rehusarte en tu ceremonia.

Antonella se detuvo de golpe, el vestido blanco que usaba se mecía con sus pasos. El ambiente se congeló. Sus hermanos hablaban entre dientes sobre ella. La pequeña supo que no había vuelta atrás. No se convertiría en una de ellos, sin importar el costo. Desde que tiene uso de razón, la obligaron a ver todas esas muertes solo por la carne. ¡NO MÁS!, pensó para sus adentros.

Sí, lo acepto. No voy a comer eso, respondió ella. Una lágrima nació de su ojo derecho. Pero se van a arrepentir por esto. ¡Váyanse todos al infierno!, gritó y salió corriendo hacia su habitación.

Menuda niña sentimental, dijo su madre tomando un sorbo de su copa de vino.

A la mañana siguiente, en su habitación y antes de las seis de la mañana, Antonella se preparó para lo que venía. Comprendió hace tiempo que no podía escapar de su destino y que renunciar a la carne significaba abandonar a la familia y eso era igual a la muerte.

Sacó un paquete que tenía oculto debajo de su cama. Era una caja de envío. Lo recibió hace tiempo. La abrió con cuidado. Dentro había una jeringa y un minúsculo frasco con un líquido verde, de aspecto viscoso y olor penetrante. Escuchó los pasos de los verdugos que se acercaban por el pasillo. Se puso nerviosa, pero tuvo tiempo suficiente para inyectarse el líquido, directamente en sus venas. Luego escondió todo bajo su cama y volvió a recostarse, fingiendo estar dormida.

En la cena, la familia se reunió de nuevo en el comedor. Los cocineros les servían los platos de comida: eran grandes trozos de carne roja, jugosa y tierna, aderezados con un poco de hierba verde, que contrastaba con el color rojizo del alimento.

Está algo pálida, dijo el padre riendo al verla. Sus hijos se carcajearon e hicieron más burlas de la carne.

Bon appetit, anunció el chef y todos empezaron a comer. Era su único alimento del día, así que tenían gran apetito. Con mucha delicadeza cortaban y la devoraban. Se la pasaban con vino tinto, les agradaba el color rojo.

No está mal, aunque le falta sabor, dijo John, masticando. En efecto, casi insípida como su actitud y lealtad a la familia, respondió su padre mientras tragaba. Todos comieron de mala gana. Terminaron hasta la última migaja. Las reglas dictaban dejar el plato limpio. Nada debía desperdiciarse.

En los siguientes días, cada miembro de la familia enfermó. No había cura para su padecimiento. Morían como moscas al cabo de una semana, los menores se fueron más rápido. El último en caer fue el padre y solo entonces recordó las palabras de la hija que devoraron. "Se van a arrepentir por esto". El hombre, casi en sus últimos momentos de vida, sonrió. Estaba solo en una costosa habitación de hospital.

Vaya, pensó con una sonrisa, al darse cuenta de lo que había hecho su hija Antonella. Tenía algo de mi sangre en sus venas, a pesar de todo Soltó una risa ahogada. Era mi hija y sí tuvo el valor de matar… "era de la familia". Fin.

(Autor: O. J Cuasquer).

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respondido por Supermediano (287k puntos)
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comentado por Semipesado (388k puntos)
Sí, muy parecido. Buena historia,  ¿verdad amigo?







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