El esposo llega a casa, después de un largo día de trabajo y, al entrar, exclama con una sonrisa: ¡Querida, llegué! Sin embargo, el silencio envuelve la casa, creando una sensación de vacío y extrañeza.
Cierra la puerta con cuidado y comienza a subir las escaleras hacia la habitación de la pareja.
La habitación está oscura, iluminada solo por la tenue luz que atraviesa las cortinas. Se acerca a la cama donde la esposa está recostada en lencería roja, preocupado, y pregunta con cariño: ¿Cómo estás, mi amor? ¿Qué ha pasado hoy?
Ella gira la cabeza hacia él y, con una voz suave y tranquila, responde: Nada, querido. Solo estoy un poco cansada.
Sin embargo, una voz susurrante y misteriosa resuena en la habitación, proveniente del armario. El esposo frunce el ceño, alerta, y pregunta con un toque de aprensión: ¿Hay alguien en el armario, amor?
Su esposa mira hacia el armario y sonríe de manera enigmática: Por supuesto que no, querido. Solo puede ser un fantasma.
A pesar del miedo que comienza a apoderarse de su corazón, el esposo, siempre valiente, decide enfrentar lo desconocido. Respira profundamente y da un paso hacia el armario, con la mente llena de pensamientos: ¿Qué hay dentro? Pues sea lo que sea, lo enfrentaré.
Da otro paso y su determinación crece: Seguro que no es un fantasma. Ahora está a solo unos pasos de la puerta del armario, con la respiración agitada y superficial.
Finalmente, con ambas manos, agarra la manija de la puerta del armario y la gira. La puerta se abre lentamente, revelando el interior oscuro y misterioso. Sus ojos se abren de par en par, su corazón late más rápido que nunca y, instintivamente, gira la cabeza hacia su esposa en la cama y exclama: ¡Amor, no hay ningún fantasma aquí! Es solo un hombre, un hombre muy musculoso, sin camisa y solo lleva calzoncillos. Gracias a Dios, ¿verdad?
Suelta un suspiro de alivio y cierra la puerta del armario rápidamente. Con una última mirada a su esposa, que ahora se ríe de la situación, se da la vuelta y se aleja, dirigiéndose fuera de la habitación, aún un poco desconcertado, pero aliviado.
MORALEJA de esta de historia: A veces parece que el cornudo es sordo, ciego y mudo, o simplemente es tonto.
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