Tras mudarse a una casa nueva, la familia Novinks parece estar contenta, excepto el pequeño Norman de 8 años. Mientras juega con su pelota en la sala, al lanzarla contra la pared, esta rebota y rueda escaleras abajo hasta el sótano. La pelota va descendiendo de escalón en escalón, hasta que finalmente golpea el gastado suelo de madera. Desde allí, comienza a moverse en dirección a la oscuridad, perdiéndose gradualmente en la profundidad de la negrura. Norman se halla en el umbral del sótano, sus ojos se posan en él, llenos de temor. Sus manos tiemblan ante la sola idea de descender, pues después de todo, es algo que sus padres le han prohibido enfáticamente. En el sótano yacen numerosas máquinas antiguas y corroídas, el peligro de cortarse con alguna de ellas es real. A pesar de ello, tragando saliva y dejándose llevar por el impulso de recuperar su pelota, empieza a descender con cautela, peldaño a peldaño. Avanza con firmeza hasta que finalmente se adentra por completo en las fauces de la oscuridad.
Fue allí que la conoció. Parecía una niña normal, con cabellos recogidos en lazos, un vestidito blanco y una mirada dulce e inocente. La niña de 8 años dijo: "Hola, ¿cómo te llamas?" Él respondió: "¡Norman!" Ella esbozó una sonrisa y él también, aunque mantuvo cierta distancia, sintiendo que algo siniestro estaba ocurriendo. Norman, curioso, preguntó: "¿Qué haces aquí abajo en el sótano?" La niña, con un tono de voz melancólico, explicó: "Hace algunos años que vivo aquí, desde que caí por las escaleras. Mi alma está viva, pero mi cuerpo ya no se levantó". La niña entonces, tomando las manos de Norman, lo lleva hacia un rincón del sótano, entre cajas de cartón mohosas, un suelo cubierto de telarañas y polvo. Allí, él ve un esqueleto pequeño vistiendo un vestido blanco. Norman se asusta cuando un ratón sale de la ropa del esqueleto y, huyendo, se mete en un agujero en la pared.
La niña continúa diciendo: "Norman, necesito tu ayuda. Tienes que encontrar a mis padres y decirles dónde estoy. ¿Puedes hacerlo?" Norman da un paso atrás, porque, ¿qué puede hacer un niño de 8 años en esa situación? Pero después de reflexionar y con su buen corazón, le devuelve una sonrisa a la niña y le dice: "Está bien, ¡te ayudaré! Encontraré a tus padres y les diré dónde está tu cuerpo". La niña le da un beso en la mejilla a Norman, quien se sonroja de vergüenza, lo cual provoca risas tanto en ella como en él.
Sin embargo, desde la puerta del sótano, el padre de Norman observa la escena. Su rostro está serio y ajusta sus anteojos, algo que solía hacer cuando estaba enojado.
Cuando Norman salió al patio para agarrar su bicicleta, se encontró con que la rueda estaba pinchada. No entendía quién podría haber hecho eso, ya que era nuevo en la ciudad y no tenía enemigos. Pero cuando entró a casa, su padre, que estaba en el sofá leyendo el periódico con una pipa en la boca, le preguntó: "¿Dónde estabas, chico?" Norman, con una mirada inocente, respondió: "Afuera, papá. Alguien pinchó las ruedas de mi bicicleta". El padre, mientras seguía mirando el periódico, esbozó una sonrisa de satisfacción y luego dijo: "Fui yo quien lo hizo". Norman se quedó en shock y soltó la frase: "¿Tú, papá? ¿Por qué hiciste eso?" El padre, de manera intimidante, arrugó el periódico, lo puso sobre la mesa y se levantó para parecer más alto que Norman, y dijo: "Porque ibas a revelar dónde está el cuerpo de esa niña, ¡y yo no quiero eso!" Norman, sin comprender y con shock evidente en su rostro, preguntó: "Pero papá, ¿qué sentido tiene todo esto?" El padre puso sus manos frías en el hombro de Norman, casi apretándolo, y exclamó: "Esa niña es tu hermana, pero no es hija de tu madre. Eso fue un error mío, tuve una relación fuera del matrimonio hace algunos años. Ahora que ella ha muerto, es mejor que siga muerta, ¿o querrás revivir viejas cosas?" Conmocionado, Norman no podía creer lo que su padre le estaba diciendo, pero como un niño de apenas 8 años, no podía hacer nada al respecto.
Muchos años después, Norman, ya adulto, regresó al sótano. Sostenía una botella de cerveza en la mano y llevaba consigo una cuerda. Horas más tarde, el anciano padre de Norman escuchó música proveniente de una caja de música. El sonido parecía venir del sótano. Bajó las oscuras escaleras y, con una linterna, intentó iluminar la oscuridad. Fue entonces cuando presenció una escena horrible. Su corazón le dolió y, sin poder hacer nada, dejó caer la linterna de su mano y luego su cuerpo sin vida cayó de bruces al suelo. La linterna aún iluminaba la oscuridad, revelando un viejo tocadiscos donde la música resonaba. También vio el cuerpo de Norman colgando del techo del sótano. Había tomado su propia vida. Pero lo más macabro fue que un poco más allá estaba el espíritu de Norman personificado como un niño de 8 años, bailando con la niña. Esta danza duró eternamente, ya que hasta el día de hoy algunas personas aseguran ver sus espíritus danzando en el sótano.
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