Entró en su habitación, se tumbó en la cama y empezó a leer el libro que tenía en la mesita.
Él la observaba fijamente, desde donde ella no podría verla. Había esperado muchas horas allí escondido, sin moverse. Podría esperar otro poco más.
Observó cómo los ojos no tardaron en querer cerrarse, pero ella resistía leyendo. La impaciencia recorría su cuerpo, sin embargo, no podía estropearlo ahora. Tenía que esperar a que ella estuviese profundamente dormida.
Finalmente, ella depositó el libro en la mesita, se sacó las gafas y apagó la luz. Pronto, muy pronto, sería su momento. Tan solo tenía que esperar un poco más. Y esperó, no solo al primer ronquido, sino que siguió esperando, hasta que ella estuvo profundamente dormida.
Fue entonces cuando él salió de su escondite y se acercó a ella. Aunque no se veía nada en la habitación, él sabía dónde estaba. Llegó hasta ella y empezó a acariciarle el brazo. Un brazo con una piel fina e inmaculada, a través de la que podía sentir la sangre fluir al ritmo del bombeo del corazón.
Ahora que había llegado el momento, quería disfrutarlo al máximo. Subió por su brazo hasta el hombro. En los bíceps se deleitó con su pequeño y tierno músculo. Notaba también cómo la sangre fluía rápidamente por su cuerpo, propio de una persona joven.
Después se acercó a su garganta, justo al inicio de los pechos. Las palpitaciones allí eran más intensas. Extasiado de placer, siguió subiendo por la garganta, donde la acarició un poco más.
Finalmente, se pegó a su cuello y la mordió. La chica se removió en sueños, sin llegar a despertarse, pero algún mecanismo de autodefensa la avisó y, medio adormilada, aplastó al mosquito de un solo golpe. Fin.
(Derechos de Autor: Los Relatos de NXy Umbrosa, " El Hacedor de Mundos).
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Semipesado
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