El viento aullaba a través de las montañas, mientras las cinco amigas, agotadas después de una semana de trabajo extenuante, llegaban a la casa rural que habían alquilado en el misterioso pueblecito. La construcción, antigua y rodeada de un aura inquietante, parecía un remanente de tiempos olvidados, en los que los castillos cercanos habían sido poderosos imperios. La tarde caía rápidamente, y la oscuridad se cernía sobre el lugar, pero la promesa de un fin de semana de escape y diversión disipaba sus temores iniciales.
Mientras entraban en la casa, notaron que los cuadros de la pared, mostraban rostros desconocidos y figuras sombrías, que parecían observarlas con ojos inquietantes.
Después de instalarse, las amigas se reunieron alrededor de la chimenea, tratando de calentarse y aliviar la sensación de malestar que comenzaba a invadir sus mentes.
Rodeadas por la penumbra, comenzaron a escuchar murmullos extraños y pasos suaves, que resonaban en los pasillos. Ignorando inicialmente los sonidos, atribuyéndolos a su fatiga, las chicas pronto se dieron cuenta de que algo no estaba bien. La noche avanzaba, y el frío se infiltraba en la casa, mientras los relatos de los castillos circundantes y sus historias siniestras comenzaban a apoderarse de su imaginación. Cada sombra en la esquina parecía cobrar vida, cada crujido del suelo un eco del pasado oscuro de aquel lugar. La chimenea crepitaba con un nuevo tronco y de repente se fue la luz.
Las cinco amigas, se juntaron todas en el sofá. Se escucharon unos pasos lentos. La puerta se abrió y entró la dueña de la casa con un candelabro, iluminando toda la estancia. ¿Estáis bien, chicas?, preguntó. No os asustéis, esto pasa muy a menudo al ser estas casas viejas. Sí estamos bien, contestaron a la vez, un poco asustadas pero bien.
La luz no tardará en venir, no os preocupéis, dijo la anciana. Si queréis, la situación es idónea para contar una historia de terror. Yo sé la “historia”, prosiguió, mientras se sentaba en la butaca. Sí, claro, cuéntenos esa gran historia, dijo una de las chicas.
¿Os he dicho que esta historia transcurrió aquí? Bajo estas mismas paredes vivía una joven, de lo más agraciada, guapa, alta, esbelta, de una figura preciosa. Tendría más o menos vuestra edad.
Cierto día fue invitada a un gran baile, que celebraba el hijo de una de las familias más adineradas del lugar. Era todo perfecto. La joven se puso muy contenta al recibir la invitación y tal vez podría llegar a enamorarse de aquel muchacho. Entonces se acordó de que no tenía un vestido para esa noche.
Agobiada y por qué no decirlo también sin recursos económicos, no podía permitirse un vestido nuevo. Entonces una de sus amigas, al verla abatida le dijo: ¿Y por qué no vas a la modista del pueblo y alquilas un traje? Será mucho más barato. La joven fue hasta el pueblo, se acercó a la tienda de la modista y por un precio muy muy razonable consiguió un precioso vestido, digno de una reina.
Al llegar a la fiesta todo el mundo se giró para verla. Era la sensación de esa noche, estaba realmente guapa. No paró de bailar al compás de la música, mientras los chicos iban y venían para conseguir su corazón. Pero de repente, al acercarse el joven que le invitó a la fiesta, ella empezó a sentirse mal. Se mareaba. En un principio pensó que era de bailar, no había parado en toda la noche. Se acercó a un pequeño balcón, que se encontraba situado en una de las esquinas del salón, intentando coger un poco de aire fresco, pero no resultó.
El joven, preocupado por ella, intentó ayudarla, pero cada segundo que pasaba iba encontrándose peor. Entonces el joven la acompañó hasta su hogar, o sea en esta misma casa y con delicadeza se tumbó en el sofá. Sí, sí, en ese mismo que estáis sentadas vosotras ahora.
Su madre, nerviosa y con miedo, llamó al médico del pueblo, pero tardaría un rato en venir. Mientras tanto, le iba colocando paños fríos en la frente, para intentar apagar aquel malestar. La joven cada vez estaba peor pálida, unos sudores fríos la recorrían toda su cara, sus ojos iban perdiendo la vida y su madre solo podía ver, cómo se consumía lentamente.
Mamá, mamá, dijo la joven gritando, dile a esa mujer que se calle. ¿Qué mujer cariño aquí no hay nadie solo tú y yo?, contestó la madre, y ¿qué dice?, prosiguió. ¡Devuélveme ese vestido, devuélveme ese vestido, me pertenece¡, dijo la joven gritando y con voz temblorosa. Eso es lo que dice, mamá dile que se calle. Entonces a los pocos minutos, antes de que llegara el médico, la joven murió ahí mismo, donde estáis sentadas.
Fue un duro golpe para todo el pueblo y para su familia. Al día siguiente, el médico forense se acercó para realizar la autopsia de la joven y lo que descubrió le heló la sangre. Descubrió que la joven había muerto por envenenamiento. Pero no con un veneno común, sino con productos de embalsamar a un difunto.
Concluyó el examen que el vestido llevaba restos de este líquido y cuando la joven se lo puso, su piel absorbió este líquido. Al recibir el examen forense, la policía empezó a investigar, y como no, la primera visita fue a la tienda de la modista y ésta, al ser interrogada por los agentes, declaró que un hombre, que trabajaba en el cementerio público, le vendió dicho vestido. Lo había robado del cuerpo de una mujer, justo antes de ser enterrada. La policía cerró el caso, deteniendo a la modista, su ayudante y los dos enterradores del cementerio.
Entonces, inesperadamente la luz volvió a la casa rural. Las cinco amigas, gritaron al unísono. Tranquilas chicas, ¿veis?, ya ha venido la luz. Os dije que no tardaría mucho en llegar. Espero que os haya gustado la historia.
La anciana se levantó, cogió el candelabro y con pasos lentos se dirigió hasta la puerta. Buenas noches, chicas, que descanséis, dijo el anciana. Ah, y por cierto, si ven a una joven con un precioso vestido, en medio del pasillo, no os asustéis: ¡soy yo..!
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