Era una larga época de oscuridad y miedo, bajo el régimen del Sistema, que controlaba todo, empezando por lo que la gente podía leer. Seguían existiendo las grandes librerías y bibliotecas, pero estaban llenas de cientos de tomos de las pocas historias que estaban aprobadas. Así que nadie más leía, a excepción de Emily.
Sin miedo a sufrir los castigos más crueles, ella amaba la lectura, la verdadera lectura que le permitía conocer otras realidades y otras formas de expresión. Con el poco dinero que conseguía y haciendo muchos favores, obtenía libros de algunos contrabandistas, en los que confiaba.
Emily tenía su propia biblioteca secreta, en el sótano de su casa. Había construido allí una jaula de Faraday, para que los sensores no pudieran detectar lo que escondía. Ese era su santuario y cuando podía, pasaba el tiempo allí, leyendo lejos del ojo vigilante del Sistema.
Pero un día, sus amigos descubrieron la biblioteca, por un error. Emma había cometido un descuido. No había cerrado con cuidado la entrada del escondite y cuando regresó de la cocina, con las bebidas, descubrió el pasaje hacia abajo abierto. Allí encontró a sus amigos estupefactos, admirando todos los libros que escondía.
Emily temió que la delataran y la entregaran al Sistema. Pensó en correr y salir huyendo, pero las sonrisas en las caras de sus amigos la detuvieron. Estaban curiosos con lo que veían. Emily les habló sobre las historias, les contó todo lo que sabía y les ofreció elegir un libro para leer. Sus amigos no podían creerlo. Era la primera vez que podían elegir que leer. Se sintieron libres, rebeldes, aventureros.
Se convirtieron en lectores subversivos, que se reunían tanto como podían en la biblioteca secreta, para leer juntos, compartir impresiones, comentar opiniones, e intercambiar libros.
Emily estaba más feliz que nunca, pues no solo leía, sino que compartía su pasión con sus amigos. Dejó de sentirse sola por primera vez en su vida. Así que, cuando el día, finalmente llegó, cuando todos estaban en la biblioteca y aun así escucharon que la puerta del escondite se abría, Emily no grito ni sintió miedo, de lo que seguramente estaba por venir, porque ya había conocido la completa felicidad.
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