Recuerdo con nostalgia, los días nublados en mi pueblo. Aquellas tardes lluviosas del otoño y percibir el petricor, ese exquisito olor a tierra mojada.
Me gustaba ver como caían los chorros de agua, del techo de tejas que la casa tenía, y escuchar los truenos, que hasta estremecían el suelo, donde estaba yo parado.
Me asombraba al ver, como el viento sacudía las ramas de los árboles, que parecía que se iban a quebrar.
¡Ah, y a aquellos niños, que sin miedo, jugaban corriendo descalzos, bajo la lluvia, siguiendo los pequeños ríos que formaba el agua, sobre la tierra!
Eran días muy agradables para estar en casa y saborear una taza de café con canela, preparado al fogón, un jarro de atole o un té de zacate de limón, hecho por mamá.
Recuerdo también el rico sabor de los bolillos con frijol y queso, o los tamalitos de elote, que en esos días frescos, se disfrutaban mejor.
Lo que más me gustaba en esas noches lluviosas, era oír el cantar de las ranas y el grave croar de los sapos, que parecían serenatas. Y al escucharlos, me quedaba dormido.
¡Qué bellos recuerdos, vivencias únicas, que tal vez ya no se volverán a repetir..!
(Desconozco el autor).
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