Pablo decidió pasar el fin de semana invernal, en la casa familiar de San Lorenzo del Escorial.
Estaba solo y frustrado, ya que había discutido con Ana y temía que la violencia de la disputa pudiera arruinar su relación. Tenían programada la boda para primavera, pero todo peligraba por unos minutos aciagos.
La casona de piedra, situada en la plaza Alamillos, estaba muy abandonada. Sus padres se habían divorciado años atrás y sus hermanas preferían el bullicio de Madrid, a la tranquilidad de la Sierra. Dos días de silenciosa soledad le ayudarían a reflexionar sobre lo sucedido con su novia.
Tras bajarse del autobús, el universitario se dirigió hacia su destino cruzando la Lonja del Monasterio. Le pareció que unas nubes negras y compactas le escoltaban, acompañándole en su lento caminar. Fue una sensación que no había experimentado jamás, pero le quitó importancia y pensó que sus sentidos estaban pasando factura a su precario estado de ánimo. Se resistió a volver mirar al cielo, aunque percibía nítidamente que la presión atmosférica crecía a cada paso que daba.
Con la chimenea a pleno rendimiento, Pablo sentía más frío cada vez. Por una ventana pudo ver cómo las nubes rodeaban la casa, dejando el resto del pueblo claro y soleado.
En pocos minutos, la estancia comenzó a llenarse del espeso humo negro, procedente del exterior, que le dificultaba la respiración hasta la asfixia, pero no podía moverse, hipnotizado por el fuego, que formaba horribles rostros atormentado. Ni siquiera encontraba fuerzas para tener miedo.
No tardó en recordarlo. Cuando sus abuelos adquirieron la propiedad, se rumoreó que el propietario había sido asesinado en circunstancias misteriosas. Nadie fue acusado del crimen y su cuerpo nunca había aparecido.
Fue consciente de que el fantasma había permanecido allí todos esos años y, ahora, él iba a morir, para liberar a aquel espíritu de las tinieblas. Tuvo la certeza de que éste estaba esperando pacientemente, a encontrar a alguien que llegara solo, sin compañía.
Así, Pablo se convirtió en el nuevo señor de la casa, hasta el siguiente relevo, quizá para toda la eternidad.
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