Hoy estoy alegre. Mañana, como cada semana, podré ir al parque.
La semana pasada me encontré con una niña muy bonita. Ella jugaba sola, mientras su madre la vigilaba, al tiempo que atendía al móvil. La niña era morena, con mofletes redondeados y un cuerpo regordete, pero bien proporcionado.
En el parque habían puesto una tirolina. Como era la nueva atracción, casi todos los niños estaban haciendo cola para probarla. La niña era uno de ellos. Por eso no resultaba extraño que otras personas estuvieran mirando a los que usaban la tirolina.
Cuando le llegó el turno, ella se agarró con fuerza a la cuerda, mostrando el músculo que tenía, a pesar de ser tan joven. Se deslizó por la tirolina, mientras reía y pude observar cómo la tirolina bajó más que con otros niños.
La niña dejó la tirolina, sacudió el vestido y cedió el turno a otros niños. Después se fue al tobogán. Fue ahí cuando me di cuenta, de que un señor no le quitaba la vista de encima. Sonreía y se pasaba la lengua por los labios, mientras una ceja le hacía un extraño tic.
Observé a la niña embelesado, mientras iba de columpio en columpio, siempre sola y sonriente. De vez en cuando veía de soslayo al hombre con el tic en la ceja, el cual no apartaba la mirada de ella.
En un determinado momento, debió de ser tan llamativa mi mirada en él, que el hombre dejó de observar a la niña para mirarme fijamente. Aguanté su mirada unos segundos, pero finalmente bajé la cabeza. Supe que era el momento de ir a hablar con la madre de la niña.
Me acerqué a la mujer, que en ese momento, estaba más pendiente del móvil, que otra cosa, y me senté a su lado. Quería decirle algo, pero no me atrevía a interrumpirla, por lo que esperé mucho tiempo sin decir nada.
Cuando la madre levantó la vista de la pantalla, ya era tarde: la niña y el hombre del tic en la ceja no estaban.
Ella empezó a buscar por el parque, primero nerviosa, luego comenzó a llamar a la niña a gritos y por último acabó llorando, mientras la gente de alrededor se le acercaba. Supe que era hora de volver a casa.
Al llegar, vi que mi madre había preparado la mesa, pero mi padre no había llegado todavía. No tuvimos que esperar mucho, hasta que sonó el timbre. Mi padre traía un pequeño saco negro a la espalda. ¡Papá!, grité. ¿Has visto a la niña del parque?
Mi padre sonrió, mientras la ceja hacía el tic habitual. Yo lo entendí rápidamente: "durante la siguiente semana, no nos preocuparíamos de pasar hambre".
Estoy alegre. Mañana podré volver al parque. FIN.
(Los relatos de Nyx Umbrosa. El hacedor de Mundos. Autor: Daniel Ares Blanco).
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