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preguntado por Semipesado (388k puntos) en Misterios

En una frondosa y somnolienta floresta, donde los árboles eran tan altos que parecían querer rozar las estrellas, habitaba Alfredo, un conejo librero conocido por sus maravillosos cuentos. Tenía una pequeña tienda, acogedora y llena de estantes, que guardaban tesoros de palabras, situada al pie del árbol más grande del bosque. Todos los animales, desde los más pequeños hasta los más grandiosos, se reunían para escucharlo, pero ninguno parecía captar la esencia crítica de sus narraciones, ninguna oreja se alzaba, ningún ojo se abría más de lo normal. Todos, excepto Juanita.

Juanita era una ratita de campo, pequeña pero curiosa, con ojos vivaces que parecían buscar siempre las respuestas a preguntas no formuladas. Cada cuento que Alfredo contaba resonaba en su mente, cada palabra se entrelazaba con imágenes de injusticias y desequilibrios, que percibía en su amado bosque.

Al principio, Juanita creía que sus revelaciones eran fruto de su propia observación, un talento innato para ver lo invisible. Pero con cada cuento, comenzó a notar patrones, referencias veladas, metáforas que pintaban un panorama más grande, un mosaico de problemas y soluciones.

Un día, armada de valor y la certeza de un descubrimiento monumental, Juanita se acercó a Alfredo. El conejo librero, con sus lentes posados en la punta de la nariz, levantó la mirada, una ceja arqueada en curiosa expectación.

Se lo que haces, dijo Juanita, con una mezcla de acusación y admiración. Alfredo permaneció en silencio, sus ojos, ventanas de sabiduría, fijos en los de Juanita. Tus cuentos, continuó la ratita, son mapas, son críticas silenciosas, son llamados a la acción, camuflados en la dulzura de la narrativa.

El silencio se prolongó, un espejo de la pausa dramática, que Alfredo solía insertar en sus cuentos. Y en ese silencio, Juanita encontró la validación que buscaba. Y quiero ayudarte, concluyó, su pequeño pecho inflado con la respiración de quien se adentra en un territorio desconocido.

En los días y noches que siguieron, la librería se transformó. Ya no era solo un lugar de cuentos y relatos, sino un epicentro de cambio. Juanita, con su perspicacia, y Alfredo, con su elocuencia, tejieron historias que eran más que palabras, eran herramientas de despertar.

Y aunque el bosque seguía siendo somnoliento y los árboles seguían acariciando las estrellas, algo comenzó a agitarse en la tierra bajo sus raíces. Una semilla de conciencia, plantada por un conejo librero y una ratita despierta, empezó a brotar, invisible pero implacable.

En la quietud de la floresta, si uno prestaba suficiente atención, podía escuchar el susurro de las hojas, contando cuentos de un bosque que despertaba, y de dos insólitos héroes que, armados de palabras, emprendían la revolución más silenciosa y profunda de todas.

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1 Respuesta

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respondido por Campeón de todos los pesos (1.1m puntos)
seleccionada por
 
Mejor respuesta
Si todos tuviéramos esa conciencia

꧁ঔৣֆȶʀǟաɮɛʀʀʏɢɨʀʟঔৣ꧂



comentado por Semipesado (388k puntos)
Sí, este mundo sería de lo mejor







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