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Deutschland, Deutschland...

La historia que voy a relatar ocurrió durante la noche del viernes 28 de abril de 1989. Ese día, junto con un grupo de amigos, habíamos decidido reunirnos para pasar el fin de semana largo en una quinta de Cañuelas, propiedad de la tía de uno de ellos. El plan era encontrarnos a eso de las seis de la tarde, después del trabajo, en San Justo, en la casa de uno de mis amigos, e ir juntos a la quinta, que quedaba en un lugar algo inaccesible y difícil de encontrar.

Pero, precisamente ese día, la fatalidad hizo que una falla de caja me demorara en el Banco hasta muy tarde. Telefoneé a mis amigos, y me dieron una serie de indicaciones muy precisas para que pudiera llegar.

Recién a las doce de la noche estaba tomando la Ruta 3 con destino a Cañuelas. En esa época tenía un automóvil Fiat 128, muy rápido pero muy nervioso, que tenía un defecto de balanceo en la rueda delantera izquierda.

En algún punto me perdí, doblé donde no tenía que doblar o viceversa, y el caso es que muy pronto me encontraba en una ruta oscura cuyo nombre desconocía, con altos pastizales a ambos lados, en medio de una llovizna y una niebla que hacía imposible la visión más allá de los ochenta o noventa metros.

Al cabo de un rato, adelante mío, la ruta hacía una curva y contracurva bastante cerradas, no señalizadas, que tomé como pude, a la velocidad que venía, pero pisé la banquina y perdí momentáneamente el control del auto.

Me metí por un momento en una zanja, llovió profusamente sobre el parabrisas una porción de barro y agua, sentí que el coche saltaba como en las películas, y fui a caer con gran estrépito, otra vez sobre la ruta, con el motor parado.

Bajé con mi linternita y miré abajo del auto, esperando encontrar tal vez la mecánica desparramada sobre el suelo, o las ruedas dobladas para afuera, pero milagrosamente el coche se veía entero y normal.

Con un poco más de confianza, volví a subir y traté de ponerlo en marcha, sin éxito. Tarde comprendí que, probablemente, se habría mojado la bobina o algo así, porque la desesperación me hizo agotar la batería, en el medio de la nada y bajo la lluvia.

En esa situación, me fui dando cuenta que, siendo a la sazón la una de la mañana, me esperaban unas ocho horas de pernocte en el auto hasta que, con un poco de suerte, pueda conseguir ayuda.

Pero, al cabo de un ratito, pude ver a lo lejos la figura de un hombre a caballo. Cuando me vio, se detuvo, como dudando sobre si actuar o no, y finalmente se acercó al trote.

Bajé rápidamente del coche, le pedí ayuda. Le conté lo que había pasado, ya el hombre, en realidad un muchacho de unos veintipico o treinta años, abría el capot y me daba indicaciones: “ponelo en marcha”, “acelera, acelera”, “paralo”. Ya estábamos ambos en el motor, engrasándonos. Ante una puteada mía en italiano –todavía, en esa época, yo imitaba a mi padre cuando puteaba–, me dijo, riendo,

«Si un alemán y un italiano no podemos poner en marcha esta máquina, nadie podrá hacerlo. »

Tratamos de hacerlo arrancar empujando, pero nuestras fuerzas fueron insuficientes. Finalmente se presentó, se llamaba Rodolfo Rosenkrantz, y me dijo que en su casa, a menos de un kilómetro de ahí, tenía un cargador de baterías y algunas herramientas, necesarias para poderlo arreglar. Que lo mejor sería arrastrarlo con el caballo, y que después de cargada la batería, en dos o tres horas, seguramente podríamos ponerlo en marcha.

Lo ató con una soga que llevaba, y durante el trayecto, unas ocho o diez cuadras, mi auto fue un carro.

Después de poner el coche en un cobertizo protegido de la intemperie, de volver a revisarlo con luz, y de conectar el cargador de baterías, pasamos a la casa.

Me pareció excesivo aceptar su invitación a comer, aunque acepté de buen grado el “buen café cargado” que me ofreció. Y también pasar al baño, y secarme un poco.

Seguí su indicación –después de la salita, a la izquierda–. La salita era una pequeña habitación muy bien amueblada, como toda la casa, con muchas antigüedades, con una vitrina de un lado, y una bien nutrida biblioteca del otro. Me demoré frente a la biblioteca leyendo los lomos, y recuerdo –creo recordar– varios libritos de Gurdjieff, La Cosmogonía Glacial de Horbiger, algunos ejemplares de Blavatsky, la colección completa de Lobsang Rampa, Mundos en Colisión, de Welikovsky, las Enéadas, de Plotino, Zarathustra y otros libros de Nietzsche, La Raza que nos Suplantará, de Lytton, Hombres, Bestias y Dioses, de Ossendovski, El Retorno de los Brujos, de Pawles y Bergier, un ejemplar excesivamente voluminoso y excesivamente encuadernado en cuero de Mein Kampf, con letras doradas al fuego, Schopenhauer, Ignacio de Loyola, Haushoffer, Hesse, Lovecraft, Guénon, y un curioso ejemplar de Kipling con la cruz gamada en su lomo. Las ediciones eran, principalmente, en alemán, y también en inglés, en francés y en español.

Como una lógica continuación, me puse a curiosear entre las piezas de esa vitrina cubierta de cristales biselados que ostentaban, en el preciso lugar que indica la proporción áurea, un enigmático mandala esmerilado.

Todo un estante estaba ocupado por trece vasos de madera pulimentada, muy sencillos y muy antiguos. Uno de ellos estaba roto. El resto lo ocupaban medallas, posavasos de metal precioso y porcelana, y otras chucherías, ornamentados todos con svásticas y leyendas en alemán. En el estante superior, un pergamino con las insignias del III Reich y una calavera, escrito en alemán, aclamaba el nombre de Rudolf Rosenkrantz, tal vez el padre de mi anfitrión.

Al volverme, en la pared que había atravesado al entrar y que había quedado a mis espaldas, dominaba la foto –o una pintura, o la foto de una pintura– de Adolf Hitler.

De pronto, con horror, caí en cuenta que me encontraba a solas, en el medio de la nada, sin que nadie sospechara dónde estaba, en la casa de un loco.

Rodolfo –Rudolf– me observaba desde la puerta, y me dijo:

«No espero que compartas ni comprendas la idea que nosotros tuvimos de la Historia. No te juzgo. Sólo te pido que tampoco me juzgues ni me condenes hasta que hayas escuchado nuestro punto de vista, hasta el final. Ve a secarte, hombre, que te enfermarás, y ven, que el café está listo. »

En el baño, consideré mis posibilidades: si me ponía a argumentar o a intentar razonar con él, es muy probable que se pusiera violento. Yo no iba a cambiar su forma de pensar. Por otro lado, el tipo se había portado bien conmigo; me ayudó en la ruta, y no tenía ninguna necesidad de hacerlo, me brindó la hospitalidad de su casa, hasta me invitó a comer ¿qué necesidad tenía de contradecirlo? El hombre quería hablar: había que escucharlo. No criticarlo, no argumentar, no replicar, no debatir, ni dar lugar a controversia. En unas pocas horas, la batería estaría cargada y yo podría irme tranquilo como vine.

En ese estado de ánimo, volví con Rudolf, acepté el café humeante que me ofreció, hice un comentario estúpido sobre la calidad del café, y me arrellané en un sillón con mi taza en la mano, dispuesto a escuchar al nazi con quien el destino me había cruzado.

«La historia post Nüremberg –comenzó a decir– ha tratado de explicar el advenimiento a la Tierra de la civilización nacionalsocialista como el delirio y la megalomanía de un sifilítico y de un grupo de sus secuaces, obnubilados por su retórica y por la hiperinflación. Este argumento, que no resiste el menor análisis, ha sido desarrollado y difundido con el sólo objetivo de ocultar las tremendas fuerzas sociológicas, psicológicas, políticas y espirituales que tuvieron lugar en la Europa de la primera mitad de este siglo, y fue un plan concebido con absoluta premeditación y ejecutado con precisión.

«Antes que nada, hay que comprender que la ciencia y la filosofía cartesianas y newtonianas, el mundo positivista y mecanicista, estaban ahogando a la Humanidad, y el mundo estaba a las puertas de un nuevo período oscurantista, que duraría más de mil años. Grandes fuerzas, muy superiores a las humanas, lo habían concebido así. La ciencia muy pronto declararía que el Universo había sido descifrado, y las potencias de la Naturaleza se cerrarían para nosotros.

«Para que te des una idea, hacia fines del siglo XIX, el director de la oficina de patentes de Estados Unidos renunció, y argumentaba en su renuncia que “ya no había nada más para inventar”. Marcellin Berthelot, unos años después, decía que “el Universo ya no tiene misterios”. Simón Newcomb demostró matemática­mente la imposibilidad de volar con algo más pesado que el aire. El profesor Lippmann, en la misma época, le dijo nada menos que a Helbronner que “la Física estaba acabada, clasificada, archivada y completa, y que haría mejor en emprender nuevos ca­minos”. Clausius demostró “científicamente” que no era conce­bible otra fuente de energía que el fuego, y que la energía, si se conserva en cantidad, se degrada en calidad.

«Pero, en toda Europa y me consta que también en América, incluso también en la Argentina, como lo supe mucho después, ciertos círculos jóvenes intelectuales buscaban subterráneamente nuevos caminos.

«Algunos hombres más evolucionados ya hablaban de realidades que la ciencia ortodoxa negaba sistemáticamente. »

Debo haber realizado algún mohín inadecuado porque replicó:

«Debes entender, y coincidir conmigo, que algunos hombres están más adelantados en el proceso evolutivo que los demás. Lo contrario es no comprender el proceso de la evolución.

«La ciencia pretende mostrarnos las diferentes especies como escalones, como saltos que va dando la vida, como si las especies evolucionaran de pronto y se convirtieran en otras, y mágicamente la especie superada se extinguiera, inservible, gastada.

«Esto es un error. La Naturaleza no da saltos. Más bien la vida es un continuo evolutivo desde los primeros unicelulares hasta su culminación, que no pretenderé decir que sea el Hombre.

«Toda la taxonomía no es más que una abstracción mnemotécnica. En realidad, no existen las especies, porque no hay dos individuos iguales. Veamos, ¿cuál es el antepasado del hombre? ¿el mono? ¡Error!, el hombre y el mono descienden de un antepasado común, sólo que los monos evolucionaron en un cierto sentido y el hombre en otro. Toda la Evolución es expresable como la ínfima diferencia entre un padre y su hijo, como el fuego que va quemando la hojarasca, va cambiando de forma de hito en hito, crece o se apaga aquí o allá.

«Entonces, dado que todos los individuos somos distintos, también todos los humanos se encuentran en un diferente estadío evolutivo. Los hay primitivos, subhumanos, y también, y esto es lo importante, conviven con nosotros los más evolucionados, los más perfectos, las luces y los guías de la Humanidad.

«Había entonces, como te decía, algunos de estos hombres que percibían una realidad superior a la realidad cartesiana, una hiperrealidad. Los poderes escondidos en la materia, que fueron revelados a los enemigos de Reich para su destrucción, la investigación de los estados de supraconciencia, los misterios de la dimensión estática del tiempo, los medios de comunicación telepática e incluso de la influencia de la mente sobre la materia, secretos conocidos por ciertos grupos de hombres y recibidos de los Maestros Antiguos, ya estaban siendo revelados para provecho de la Humanidad.

«En Alemania la Historia reciente había abonado el terreno para que estas y otras doctrinas arraigaran provechosamente. Había una clara percepción de que no existía ningún futuro disponible, de fin de los tiempos. No puedo describirte acabadamente esta desazón, esta convicción de vivir sin sentido. También, debo admitirlo, la economía y la política internacional y local, y la degradación de nuestras instituciones, colaboraban a este estado de cosas. Entonces surgieron en nuestro país, disfrazados de literatura, de sistemas herméticos, y también de liderazgos políticos, ciertos postulados contracorriente que venían a llenar este vacío.

«Hitler fue uno de ellos, ni mejor ni peor que los demás. Pude asistir, en el invierno del 19 al 20, a aquellas memorables asambleas del Partido Obrero Alemán. Al principio, sólo encarnaba la esperanza del pueblo alemán de volver a ser una nación. Yo, como tantos, me uní fervientemente a las filas de la Juventud Hitleriana, y me tocó participar, junto a muchos héroes, de momentos memorables.

«El 4 de febrero de 1920, tras partirle la cabeza a algunos judíos comunistas, presencié el comienzo del romance de Adolf Hitler con el pueblo alemán, con su discurso memorable frente a más de dos mil personas, en la Hofbräuhaus, en Münich.

«Yo estuve en febrero del 21 en el Circo Krone. Y fui uno de los cuarenta y seis SA que defendieron la Hofbräuhaus en noviembre de ese mismo año. También estuve en la Konigsplatz en el verano del 22, y, poco después, en octubre, en Coburgo.

«El 9 de noviembre de 1923, a las 12:30 del día, poseídos de inquebrantable fe en la resurrección de su pueblo, cayeron en Munich frente a la Feldhernhalle, en el patio del antiguo Ministerio de Guerra, y a mi lado, muchos amigos, Kurt Neubauer, Karl Laforge, Andreas Bauriedl, Martín Faust, tantos otros.

«Pero el cambio, el gozne de la Historia se produjo cuando se reunieron Los Siete para fundar el Partido Nacionalsocialista. A partir de ese momento nada fue igual.

«A partir de entonces, todos los alemanes fuimos nazis. Todo el que te cuente otra cosa miente. El mensaje del Fürher atravesaba los corazones y los espíritus, encendiendo en todos nosotros una especie de llama sagrada, un fuego hipnótico que nos abrasaba, un fuego ario que debería iluminar al mundo, oponiéndose al hielo que pretendía cristalizar la humanidad por un milenio, ese glaciar semita que estaba arrasando a nuestro planeta.

«Seguramente tu padre italiano pudo sentir este fuego en los tiempos de Mussolini. »

Sonreí, pues mi interlocutor no sospechaba que mi padre fue precisamente uno de los líderes de la Resistencia Italiana, un partisano, que luchó para derrotar a ese régimen de terror. Casi cuarenta años después la República Italiana reconocería las glorias de mi padre, condecorándolo justamente como Héroe de Guerra, de las manos de Sandro Pertini.

Seguramente Rudolf tomó mi sonrisa como un asentimiento, pues prosiguió, imperturbable, su historia imposible:

«En esos tiempos la Tierra se convirtió en el tablero donde dos bandos jugaron su partida.

«Debes saber que, hace treinta o cuarenta siglos, en la noche de los tiempos, existían en lo que hoy es el desierto de Gobi dos civilizaciones en guerra, altamente desarrolladas. Tras casi destruir el mundo en su afán en una conflagración atómica que desertificó esa zona, cuyos vestigios pueden ser vistos aún hoy en día, emigraron y se ocultaron en un inmenso sistema de cavernas bajo el Himalaya, algunas de las cuales conozco y he visitado. Allí, crearon dos ciudades: Agarthi y Schamballah. Desde entonces, el escenario de su guerra eterna es la superficie del mundo, y sus soldados o las piezas de este juego somos nosotros, la Humanidad.

«Después de 1934, yo empecé a servir en la Anhenerbe, bajo el mando de Heinrich Himmler. Nuestra misión era buscar por el mundo y llevar a Alemania ciertas reliquias, ciertos artefactos, de importancia primordial para el advenimiento del Hombre-Dios, importancia que yo, por supuesto, desconocía. En una de mis misiones, tuve que escoltar hasta el Tibet a mi tocayo y amigo, Rudolf Hess.

«Cuando llegamos, en mi calidad de SS Anhenerbe, acompañé a Hess hasta unas cavernas a la que nos guiaron unos monjes. Allí supe ciertas cosas. 

«Desde los tiempos del Despertar Jónico, los maestros de Schamballah iluminaron la civilización grecorromana, que estaba destinada a acelerar el conocimiento y el desarrollo científico humano. Esto se hace evidente en Tales de Mileto. Todo el fundamento de las ciencias, de la política y del método científico le fue revelado.  Se dice que Anaximandro, antes de medir el radio de la Tierra, la vio desde el espacio volando en un Vimana. Hipócrates sentó las bases de la medicina moderna. A Demócrito de Abdera le fueron reveladas las íntimas estructuras de la materia. A Pitágoras se lo recuerda por su famoso teorema, pero fue un místico, el primer místico-matemático, que fundó un gobierno de santos.

«Pero poco después, la raza de Agarthi eligió un pueblo que debía detener el progreso y llevar al mundo a un milenio de oscurantismo. Ese Pueblo Elegido fueron los semitas. La concepción judeocristiana del mundo detuvo durante mil años la evolución intelectual de la Humanidad, durante la Edad Media, hasta el Renacimiento

«Cristóbal Colón, Leonardo da Vinci, Cristiaan von Huygens, y otros renacentistas fueron inspirados, directamente o por manipulación psicotrónica, por los Maestros de Schamballah.

«Y luego, la ciencia judía del siglo XIX amenazaba con congelar el mundo en un nuevo oscurantismo que tendría lugar desde la segunda mitad del siglo XX.

«Karl Haushoffer fue el mago que intercedió ante las fuerzas de Schamballah para impedir esta avanzada. Él puso en contacto a estos Maestros Antiguos con el Fürher, y ellos lo dotaron de esa llama, de ese fuego que debía oponerse al hielo de Agarthi y de los semitas.

«Hitler sabía que no podría reinar la ciencia de Schamballah mientras en Alemania viviera un judío. Es por eso que hizo todo lo posible por echarlos de nuestra propiedad antes del cambio que se iba a generar. Pero, en el invierno de 1942, cuando el hielo detenía a nuestros ejércitos en Rusia, mientras las armas automáticas se encallaban al congelarse el aceite, mientras se helaban las locomotoras y bajo su capote y calzados con sus botas de uniforme, morían los hombres, comprendió que no podría ocurrir el advenimiento del Hombre Nuevo en tanto la raza de Agarthi viviera sobre la Tierra. Fue entonces que concibió la Solución Final. »

Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras Rudolf seguía desgranando sus locuras.

«Entonces Agarthi violó el pacto sempiterno, y fue el comienzo del fin. Ciertos secretos que debían permanecer ocultos le fueron revelados al enemigo de Alemania para que ésta fuera rota. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki debían caer sobre Münich y Berlín, y muchos conocimientos que surgieron en los laboratorios aliados fueron en realidad revelaciones ejecutadas por los Maestros de Agarthi. Sólo la grandeza del Fürher impidió que la raza aria fuera extinguida de la faz de la Tierra.

«Después de que acabara la guerra, los Antiguos debieron intervenir directamente en el mundo, no una, sino muchas veces. Sus Vimanas fueron observados un número de veces, y se los llamó OVNIS. Un poder destructivo que la Humanidad nunca debía haber poseído, el mismo poder que casi destruye al mundo en los tiempos pretéritos, le fue dado irresponsablemente a dos naciones, las enemigas de Alemania, que pronto estuvieron al borde de una guerra entre sí. El planeta estuvo a punto de ser destruido una porción de veces, y sólo fue evitado por la intervención directa de las razas de Agarthi y Schamballah, ahora colusionadas para evitar la destrucción final.

«El mundo, desde entonces sufrió una tremenda presión psicotrónica, que se ejecutó sobre todos los hombres, hasta la destrucción de la Rusia Soviética, que está ocurriendo ahora, precisamente en Berlín, para anular a uno de los dos contendientes de esta guerra potencial. Ésta, aparentemente, es la solución que los Antiguos le están dando al problema que ellos mismos crearon. Pero ahora todos estos conocimientos científicos quedan en manos de un solo país, los Estados Unidos, que jamás se han caracterizado por su filantropía. Y no me refiero solamente a la energía atómica. Muchos descubrimientos en el área de la electrónica, que hoy guía a los misiles nucleares, y fue el origen de la informática, entre otras cosas, la tecnología basada en el laser, el radar, y algunas ciencias de índole sociológica que no son muy difundidas, les fueron reveladas a los científicos aliados durante la Gran Guerra.

«El destino de la Tierra, hegemonizado por el poder norteamericano, evolucionará rápidamente a una crisis provocada por la voracidad yanqui, que se manifestará en la defoliación de las economías de todos los países del mundo en beneficio de los Estados Unidos, y también en otra crisis mucho más profunda, de carácter ecológico, que pondrá en riesgo la continuidad planetaria, causada por la contaminación que generará este país y que se negará a eliminar o al menos limitar. Es seguro que, llegado ese punto, una catástrofe aparentemente natural, pero provocada por los Maestros del Mundo Subterráneo mediante tecnologías que desconocemos pero que ellos dominan, castigue a este país y lo detenga. Los sitios para este escarmiento ya han sido elegidos, y en el curso de tu tiempo los verás. Recuérdalos: son Yellowstone, Manhattan, San Diego.

«Pero no será una guerra la que los pierda, no. Desde los años sesenta en adelante se está destruyendo la base misma de la sociedad humana, para hacer al hombre menos belicoso y más individualista. En todo el mundo, puedes observarlo, y verás que será peor en el futuro, los homosexuales están gobernando los medios de comunicación, convirtiendo a los hombres en mujeres, quitándoles toda su virilidad. También las mujeres empezaron a vestirse como varones, y muy pronto se borrará toda diferencia entre los sexos. Esto había sido predicho por uno de tus paisanos. La intención, al amariconar a los jóvenes, es quitarles la agresividad natural del guerrero, para que sea más difícil que los lógicos conflictos entre las naciones degeneren en inevitables contiendas.

«Además, se estimuló la síntesis de nuevas y terribles drogas artificiales, y se incentivó su uso principalmente entre los jóvenes, demoliendo su espíritu y desbaratando su esencia misma. En todos los tiempos la juventud ha sido la reserva moral, la cantera de donde surgen los líderes éticos e incorruptibles. El ataque se enfocó, por esta razón, especialmente hacia los jóvenes.

«Al mismo tiempo, una fuerte ideología basada en el pragmatismo y el individualismo ha cundido por el mundo, haciendo del hombre el lobo del hombre, impidiendo los liderazgos porque ya nadie confía en nadie. Esta ideología ha desplazado toda noción de honor, de códigos de conducta, de fidelidades. En estas condiciones es imposible organizar a las masas, dispersas en su egoísmo, desparramadas en su aislamiento.

«Sin embargo, hay dos excepciones: como siempre, dos naciones están siendo preservadas para el futuro. Si te fijas, estas plagas que te he descripto no se han ensañado sobre el Estado de Israel con tanta furia como en el resto del mundo, como en Holanda, o en España, o en Inglaterra o Alemania. Además, los Señores de Agarthi le han proporcionado a los semitas nuevas y terribles tecnologías, sobre todo en el área informática de defensa.

«Alemania debía iluminar el mundo y guiarlo hacia un nuevo Renacimiento, un nuevo despertar. Pero en algún sitio erramos el rumbo. Yo pude ver, hacia el final de la contienda, cómo el III Reich, defraudadas las espectativas de los Amos de Schamballah, estaba siendo abandonado por estas fuerzas, que luego se nos volvieron en contra. Yo sabía que muy pronto otra raza sería elegida por estos Maestros para alumbrar el futuro.

«Hoy la ciencia de Schamballah, especialmente los avanzados conocimientos en el área de medicina, están siendo revelados a una sola nación, que además está siendo preservada como en una campana de cristal de la catástrofe moral que asuela al mundo. Esta vez eligieron un país sin historia, su gesta está siendo escrita directamente con la pluma de Schamballah. Este país es Cuba, y su líder, esa hiena cobarde, Fidel Castro. Cuando tuvo la oportunidad de eliminar a su enemigo en un fuego purificador, no tuvo el valor de hacerlo, y fracasaría por su pusilanimidad, y habría sido aplastado una y mil veces por los Estados Unidos si no fuera por la protección invariable y perenne de los Señores de Schamballah.

«Así los Eternos Contendientes eligieron dos pueblos que serían preservados de la Destrucción y serían los vigías del mundo. El uno a las puertas de Rusia y de Europa y el otro a las de América. Nunca hasta ahora la Humanidad fue presa de tal manipulación psicotrónica.

«Precisamente, la evolución de la ciencia de la psicotrónica fue eficazmente anulada. Hoy en día, nadie toma en serio la telekinesis, la telepatía, la precognición, todo el complejo de conocimientos que, en los cincuenta, se llamaba parapsicología.

«Pero debo decirte que estas fuerzas, que son absolutamente naturales y que están en potencia en todos los mamíferos superiores, le fueron reveladas a los aliados, y también a nosotros, hacia el final de la contienda. Incluso recuerdo que habían empezado a ser eficazmente utilizadas con fines militares, y su uso debería haberse generalizado rápidamente a otras áreas si no hubiera mediado su voluntaria anulación.

«Son fuerzas tan naturales que el hombre del Neolítico las dominaba ya en grado sumo. Con el tiempo, con la seguridad que fueron adquiriendo nuestras vidas, estas facultades fueron tornándose inútiles, y se fueron olvidando.

«No es secreto que muchos místicos, sobre todo los budistas, alcanzaron desde hace mucho el dominio de ciertos estados alterados de conciencia. Estos son llamados “estado de alerta”, “vigilia lúcida”, y ocasionalmente “despertar”.

«Todo el secreto está en el stress. Es bien sabido que, por ejemplo, una madre que ve a su hijo bajo la rueda de un camión, levanta el camión con sus manos. ¿de dónde sale esta fuerza? Evidentemente, esa fuerza estuvo siempre en los brazos de esa mujer, pero en un estado potencial. Nunca la usó porque no tuvo necesidad de hacerlo, pero ahí estaba, por las dudas, para que cuando fuera útil se pudiera recurrir a ella.

«Con el cerebro pasa lo mismo. Todos saben que sólo usamos el diez por ciento del cerebro, y el noventa por ciento restante se encuentra ahí en un estado potencial, para ser usado ¿cuándo?

«Debes imaginarte al Hombre del Neolítico, antes del descubrimiento del fuego, la mayor parte de la existencia del hombre transcurre antes del descubrimiento del fuego, en una noche sin luna, esperando que los predadores nocturnos fueran a comérselo. En esas condiciones, ¿quién puede dormir? Imagínate vos en esas condiciones. ¿Cómo estás? Alerta, con todos tus sentidos concentrados, enfocados en la nada que te rodea, atento al menor ruido, al menor olor, a la menor señal proveniente de los otros hombres que te rodean. En estas condiciones, es este stress absoluto, el cerebro comienza a trabajar utilizando parte de ese noventa por ciento que comúnmente no se usa. Se adquiere una lucidez extraordinaria.

«Los místicos utilizan un método similar para entrar en trance. Enfocan todos los sentidos, en la oscuridad o con los ojos cerrados, en la nada que los rodea. Pronto entran en un estado de éxtasis, lo que ellos llaman “vigilia lúcida”, en donde todos los misterios de la naturaleza adquieren una simplicidad evidente. En este estado puedes comprenderlo todo, todo te resulta fácil y asequible. Estás utilizando tu cerebro en un treinta, treinta y cinco por ciento.

«El factor que falta es el terror. El terror te ayuda a entrar en ese estado de alerta, en esa vigilia lúcida. Por eso los hombres son tan adictos al terror, al peligro. ¿Te preguntaste alguna vez por qué la gente goza tanto al leer una buena novela de terror, al ver una buena película de suspenso, al subir a una montaña rusa? Porque en esos momentos de stress comienzan a usar, mínimamente, una parte del cerebro que en otros momentos no utilizan. Algunas hormonas se producen en el cuerpo y proporcionan placer a esta experiencia para prevenir la inevitable locura.

«El hombre del Neolítico, entonces, en ese estado de stress máximo, como la madre que ve a su hijo bajo un camión, comienza a usar una parte del cerebro que comúnmente no usaría. Sus sentidos se intensifican y su razonamiento se potencia. Es capaz de interpretar señales que lo preparan al ataque y a la defensa.

«Al profundizar este estado, al transcurrir la noche, nuevos sentidos acuden a él. Ahora es capaz de “ver” en la oscuridad, adquiere clarividencia. También es capaz de predecir el futuro inmediato, porque puede anticipar los movimientos del predador. Los sentimientos, los pensamientos y las sensaciones de los otros comienzan a serle propias. Comienza a establecer con los otros miembros de su grupo un contacto telepático.

«Si el hombre en cuestión está lo suficientemente evolucionado, y si es capaz de unir las fuerzas telepáticas y enfocarlas en común, puede mover objetos, puede poner barreras entre los predadores y él,  puede influir en la conducta de los animales y de otros hombres.

«Sin estas habilidades, los primeros hombres, naturalmente arborícolas, hubieran muerto rápidamente en las praderas.

«La atención enfocada, y el terror. Por eso las SS llevábamos la calavera como enseña. El terror era una parte de nuestra iniciación. Nuestro bautismo de sangre se llamaba “El Aire Denso”. Así como el feto se incuba durante meses en la seguridad del saco amniótico, pero al nacer se baña en sangre entre el sufrimiento y los dolores del parto, así el Hombre Nuevo debe recibir un baño de sangre y de dolor para poder volver a nacer. Es el Magna Mater.

«Pero no todos pueden tolerar este stress. Es dogma entre los místicos que, al ingresar a los estados alterados de conciencia, el intento puede pagarse con la locura. Y es lógico. No todos los hombres pueden someterse a una noche de terror absoluto y sobrevivir intacto. En eso se demuestra el estado evolutivo, el temple de cada uno.

«Pero el mundo se unió contra nosotros, el mundo de la superficie y también el mundo subterráneo. Cuando las fuerzas de Schamballah nos abandonaron, muchos dejaron de creer.

«Mientras los tanques rusos entraban en Berlín, yo atravesaba los Pirineos en un camión, custodiando una caja cuyo contenido ignoraba, de regreso de un pintoresco castillo español que se sostenía en la ladera de una montaña.

«Quiso la suerte, o el destino, que ocurriera un accidente. Creo que reventó una de las cubiertas delanteras, y el camión volcó. Salí despedido junto con la caja que custodiaba, y un soldado del grupo, que se desnucó al caer. El camión fue a dar al fondo de un hondo precipicio. Solo yo sobreviví.

«Pronto supe que el Reich había sido vencido. Un diplomático argentino en España propició mi huida a este país.

«Cuando llegué a Buenos Aires, vendí los tesoros que había robado. Ignoro qué habrá sido de ellos. Algunos eran muy poderosos. Mucho después sabría, por publicaciones, qué contenía la caja que custodiaba y que debía llevar a Berlín. Con mi pequeña fortuna malhabida, compré estas tierras y construí esta casa con mis manos. Esto ocurrió en 1946.

«Lo único que no pude o no quise vender fueron esos trece vasos de madera que viste en la vitrina de la salita. Los habíamos recogido, seguramente, del castillo español que ya te referí.

«Mucho medité sobre ellos. Pero mi fe había sido quebrada, y los supuse curiosidades sin valor. La presión psicotrónica también se ejercía, fuertemente, sobre mí.

«Con el tiempo, comprendí que se trataba de una reliquia judía. Más precisamente, intuí que esos trece vasos habían servido a un hombre y a sus discípulos, en la víspera de su Crucifixión.

«Yo había leído que la copa en la que bebió Jesucristo durante la Última Cena, más conocida como El Santo Grial, poseía virtudes poderosas y ocultas. Se hablaba de la curación de enfermedades, y de la juventud eterna.

«Una tarde, segando los pastizales, me infringí una profunda herida con la guadaña. Me curé como pude, detuve la sangre, pero al día siguiente una fuerte fiebre se había adueñado de mi cuerpo.

«Yo era un fugitivo, y no me atreví a buscar auxilio. Hacia la noche, comprendí que, sin atención médica, pronto moriría.

«Pensé en el Grial. Yo sospechaba que uno de esos trece vasos había sido aquél en el que bebió Jesucristo, pero ¿cuál? Uno de ellos estaba quebrado. ¿sería ese? ¿o tal vez ese sería el de Judas?, y de ser así, ¿cuál sería la consecuencia de beber en él?

«En mi delirio, tomé una decisión: bebería un trago de agua de cada uno de ellos, menos del vaso quebrado. Y así lo hice. Era la noche del 24 de junio de 1947.

«Desde entonces, no he vuelto a enfermarme, ni envejecí. Mi teoría es que ese vaso, sea cual fuere entre los doce, es un artefacto cargado psicotrónicamente por los sabios de Agarthi, para provecho de Jesús de Nazareth. Qué ironía que fuera yo, uno de sus enemigos declarados, quien se beneficiara de él, dos milenios después.

«Veo la incredulidad pintada en tu rostro. ¿Eres cristiano? ¿quieres probar un trago de esos vasos? »

Y rió con una profunda carcajada.

Yo estaba resuelto a no contradecirlo, a dejarlo hablar e irme lo más pronto posible de allí. Pero cuando depositó sobre la mesa, riendo como si estuviera borracho, los doce vasos, y les echó un poco de agua a cada uno, invitándome a beber, lo miré con asco y le dije que habría que ver si la batería ya se habría cargado, que me tenía que ir.

Interrumpió sus risotadas, y, con un gesto como de sorpresa, me acompañó al cobertizo. Conectamos nuevamente la batería, y, al primer intento, el Fiat arrancó perfectamente. Rudolf me saludó efusivamente, me invitó a volver siempre que quisiera charlar, y me despidió en la puerta, cuando ya me iba.

Como pude, salí a una ruta conocida, y volví a casa. Ese fin de semana no pude pasarlo con mis amigos.

Al cabo de unos días, me di cuenta que había quedado una extraña e ingeniosa herramienta, olvidada en el cofre del auto. Cuando mi padre la vio, tiempo después, se sorprendió y me dijo:

- ¿De dónde sacaste esta llave? Son raras. Estas llaves las llevaban los camiones alemanes, en la guerra. Nunca había vuelto a ver una de éstas desde entonces.

Seguramente, pensé, habría pertenecido alguna vez al padre de Rudolf.

F I N 

Rafael

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